Dilmer Calle es el heredero de una familia de caficultores en Jaén.
Dilmer Calle es el heredero de una familia de caficultores en Jaén.
/ HUGO CUROTTO / EL COMERCIO
Renzo Giner Vásquez

Un pequeño frasco custodia en su interior una mezcla de aromas a jazmines, cítricos y ciertas tonalidades de cacao. Es un olor único. “No podemos decir que es un aroma floral, sino mas bien el de un campo fresco que te transforma y te relaja”, resume nuestro anfitrión, mientras cierra y guarda el frasco que parece llevar dentro el espíritu de .

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Como parte de la campaña de El Comercio y el BCP hemos llegado a la selva cajamarquina para conocer a Dilmer Calle, tercera generación de una reconocida familia de caficultores locales, próspero empresario y visionario que vive pensando cómo llevar la industria cafetalera jaena al siguiente nivel.

El primer aroma que percibió Dilmer de pequeño fue el de los granos recién tostados y el de las flores de café, lo que contenía el misterioso frasco con el que nos recibió. Sus abuelos, Jorge Calle y Jobina Chininín, fueron agricultores y los encargados de transmitirle a su padre, Javier Calle, todos sus conocimientos en cuanto a la cosecha del café Típica, el más vendido de la zona inicialmente.

Javier, posteriormente, conocería a Esmeralda Cortéz, quien no solo se convertiría en su esposa sino también en su principal socia en la industria cafetalera. Juntos harían crecer el negocio iniciado por don Jorge y doña Jobina; además, figuran entre los primeros socios de Cenfrocafé, la primera cooperativa de este rubro en la ciudad.

En la casa de los Calle Cortéz se hablaba tanto de café que Dilmer, a sus 10 años, ya sabía cuánto valía un quintal, qué grano estaba enfermo y el proceso que debía seguir cada fruto desde la cosecha hasta la taza.

"En Jaén nos encontramos a unos 750 metros de altura, pero a 10 o 20 minutos encuentras una producción de café a 1.200 o 1.500 metros. Los elementos claves para una buena calidad es una mezcla entre el clima, el suelo, el aire", explica Dilmer.
"En Jaén nos encontramos a unos 750 metros de altura, pero a 10 o 20 minutos encuentras una producción de café a 1.200 o 1.500 metros. Los elementos claves para una buena calidad es una mezcla entre el clima, el suelo, el aire", explica Dilmer.
/ HUGO CUROTTO / EL COMERCIO

Yo crecí en una finca. Recuerdo que caminábamos de 10 a 12 horas para vender café. Soy el mayor, así que mis hermanos menores ya se encontraron con una situación más desarrollada, con mejor transporte y comunicación”, explica mientras vierte un chorro de agua hirviendo sobre el Chemex donde nos prepara una taza de bienvenida.

Pese a que el negocio familiar estaba claro, los primeros sueños profesionales de Dilmer apuntaron mas bien a la mecánica. “A los 18 años me fui a Lima para estudiar mecánica automotriz, pero venía a pasar las vacaciones de verano. En una de esas visitas mi mamá me inscribió en un curso en Cenfrocafé, para no desperdiciar el tiempo me dijo”, recuerda.

El taller, que debía durar menos de tres meses, terminó cambiando su vida. Pasó sin problemas la etapa básica, fue invitado a seguir el nivel intermedio, lo seleccionaron como parte de los 20 alumnos calificados para el nivel avanzado y ahí terminó como el tercero de los 10 jóvenes que la cooperativa invitó para que se queden a trabajar ahí.

Los talleres fueron de control de calidad y análisis sensorial, así que el trabajo que ofrecían era variado, nos dieron opciones para ir a laboratorios, cadena de producción, control de calidad. Yo elegí abrir una cafetería”, narra.

Así fue como en el 2008 estuvo al frente de la cafetería de Cenfrocafé, la que luego se convertiría en Apu y que incluso cuenta con un local en Lima. “Tener a un cliente en esa época fue todo un reto porque acá tenemos un clima caluroso, la gente quería algo helado, llegaban a rechazarme las tazas de café. Pero nunca me desanimé. Nos costó dos o tres años para que la tendencia de consumo de café comience a crecer en la ciudad, eso llevó a que se abran más cafeterías. Hoy podemos decir que hay entre 30 y 40 cafeterías en Jaén”, explica orgulloso desde el interior de “My Finka”, su propia cafetería que fundó 10 años después de la primera y se mantiene hasta hoy como una de las más conocidas de la ciudad.

Dilmer estuvo detrás de la primera cafetería que abrió en Jaén, allá por el 2008, y asegura que tomó de dos a tres años que el público local comience a consumir esta bebida debido al cálido clima.
Dilmer estuvo detrás de la primera cafetería que abrió en Jaén, allá por el 2008, y asegura que tomó de dos a tres años que el público local comience a consumir esta bebida debido al cálido clima.
/ HUGO CUROTTO / EL COMERCIO

La mente inquieta y el espíritu emprendedor de Dilmer, sin embargo, lo llevan a estar pensando constantemente en su próximo objetivo. “Yo busco seguir formando a jóvenes emprendedores. Además, crear un laboratorio de alta calidad en Jaén para que los visitantes puedan conocer el café de una forma única”, asegura.

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