Rolando Arellano C.

Como profesor de posgrado he tenido la suerte de hacer amigos entre muchos de mis alumnos. Hoy escribo esta columna con inmensa tristeza por el deceso de Hernando Guerra García.

Siendo egresado de colegio privado, de la Facultad de Derecho de la PUCP, magíster de ESAN y miembro de una familia conocida, Nano pudo ser un exitoso abogado corporativo, pero –quién entiende eso de las vocaciones– tuvo siempre corazón de político. De político en el mejor sentido de la expresión, de aquel que se preocupa por el bienestar de la ‘polis’, de la sociedad. Lo demostró desde sus épocas de dirigente estudiantil y luego en el servicio público, sector que pocos de su generación consideraban interesante. Pero, sobre todo, se hizo evidente en su obstinación por los puestos de elección popular, desde los que podría realmente cambiar al país. Esto a pesar de que ser un político era y es una profesión muy ingrata.

Creo que Nano fue uno de los pocos políticos peruanos inteligentes, bien preparados, honestos y con buena intención de los últimos tiempos. Y, quizás por serlo, recibió invitaciones de partidos muy diversos, para lo que debió tomar difíciles y controversiales decisiones. Y, en esta época con tantos partidos sin ideologías claras, aceptó algunas sobre todo para impulsar su gran proyecto de apoyar ese capitalismo popular que para los extremistas de derecha e izquierda parece un imposible.

Lo vi descubrir el mundo de la pequeña empresa en Gamarra, cuando en su tesis de Maestría en Administración intentó comprender al emporio que comenzaba a florecer. Después, desde un programa de televisión, una consultora y varios libros –prologué alguno de ellos– se dedicó de lleno a trabajar por “los emprendedores”, cuando esa denominación era novísima aquí. Al fundar luego la Asociación Nacional de Empresarios (ANDE), empezó a recorrer el Perú, pero desgraciadamente ANDE no pasó de ser el embrión del partido que deseaba. Ya en el Congreso de la República, trabajando incluso en sus momentos de descanso, a veces debió votar por temas que no compartía, para evitar desatinos mayores o hacer luego avanzar los proyectos que importaban. Pero nunca lo escuché quejarse, “porque la diversidad de posiciones es la esencia de la democracia” decía. Sin duda su capacidad de buscar consensos hará allí mucha falta.

Nos consuela saber que Nano murió en su ley, buscando destrabar en Islay una inversión que ayudaría a evitar carencias como la falta de médicos, que sufrió en carne propia. Pero, más allá de la pena, lamentamos que hoy, cuando muchos critican, pero pocos se comprometen y aportan, con Nano el Perú haya perdido un hijo cuya ausencia se hará evidente muy rápido. Lo sabemos bien quienes lo conocimos bien. Descansa en paz, querido amigo.

Rolando Arellano C. es CEO Arellano Consultoría para Crecer