Editorial El Comercio

Sería sumamente injusto decir que no se percibe un cambio en la gestión del país desde la salida de la administración liderada por el expresidente Pedro Castillo. Este último encabezó, como sabemos, una gavilla de inescrupulosos a quienes colocó en diferentes puestos estratégicos. La política económica estuvo totalmente a la deriva y a merced de grupos interesados apenas en conseguir prebendas para ellos y sus aliados. En esa medida, tener una mejor gestión que la del gobierno anterior era apenas superar una valla bastante baja.

El manejo económico de la administración de la presidenta Dina Boluarte, sin embargo, no ha podido ir más allá. El Ministerio de Economía y Finanzas () de ha capitaneado lo que a todas luces será el episodio de menor crecimiento de la actividad económica desde, por lo menos, 1998. Esta vez, no obstante, no hay una crisis financiera global a la que responsabilizar por los malos resultados; estos son principalmente hechos en casa.

El ministro Contreras llevaba ya varios meses negando la gravedad de la desaceleración, pidiendo paciencia a la población y proyectando que, al siguiente mes, ahora sí las cifras de crecimiento del PBI volverían a tramos positivos, solo para ser desmentido consistentemente por los datos del INEI a las pocas semanas. La información estadística de agosto, sin embargo, con otro tropel de números en rojo, parece haber marcado un punto de inflexión para el titular de la cartera.

“En ningún momento hemos subestimado la situación, era básicamente una discusión muy academicista, que reconocimos en su momento innecesaria, pero la situación es completamente difícil. [...] Es sin duda una recesión, no me cabe la menor duda, y lo que queremos es salir de esta recesión con el crédito suplementario”, dijo Contreras esta semana. El tono era marcadamente diferente del que había usado en meses anteriores. A inicios de agosto, por ejemplo, declaró que “la economía no está en recesión y no ha entrado en una. [...] Cuando se habla de recesión, se habla de episodios prolongados”.

Hay dos problemas graves con el enfoque del ministro. El primero es el sentido de reacción. Un MEF que niega lo que desde hace meses el resto del país aprecia como evidente será incapaz de diseñar una estrategia oportuna.

Y mientras más tiempo se desconozca la realidad, peor se hará la situación. El segundo problema es que la respuesta, cuando llegó, no fue clara ni adecuada. El ministro habló de un paquete de reactivación vía créditos suplementarios equivalente a cinco puntos del PBI –una cifra exorbitante e imposible de manejar–; luego, el equipo del MEF aclaró a este Diario que se trataba solo del PBI de los meses de noviembre y diciembre. Expresiones equívocas de las más altas autoridades solo contribuyen a generar más incertidumbre, exactamente lo opuesto de lo que busca el MEF.

Lo más grave es el fondo. Mayor gasto fiscal es lo que tiene a la mano el MEF, pero eso no lo hace necesariamente una herramienta adecuada de reactivación. Con la caja fiscal al límite y las agencias calificadoras de riesgo percibiendo un debilitamiento crónico de nuestras cuentas, girar más cheques a cargo de impuestos es solo la respuesta simplista a la crisis de un MEF sin ideas. Por ejemplo, medidas concretas e inmediatas para motivar inversión privada en turismo, minería, agricultura, entre otros sectores con amplio potencial, hubiesen sido mucho mejor recibidas, con menos riesgo fiscal, y con posibilidades reales de reencaminar la economía con mensajes claros. El MEF, por supuesto, no tiene toda la responsabilidad aquí –otros ministerios deberían haber apoyado mucho más a ganar confianza en sus respectivos sectores–, pero como director de la orquesta económica del Ejecutivo, el ministro Contreras debe al país un plan más sólido, o un paso al costado.

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