"Ningún medio de comunicación es perfecto, pero son perfectibles". (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa)
"Ningún medio de comunicación es perfecto, pero son perfectibles". (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa)

Hace dos años, a pedido del profesor sanmarquino Gilmer Alarcón Requejo, presenté en la Universidad Jaime Bausate y Meza el libro “El jurado de imprenta en el Perú”, del magistrado del Tribunal Constitucional Carlos Ramos Núñez, recientemente fallecido y cuya partida causó una gran pena entre todos los que fuimos sus amigos.

Como la mayoría de sus libros, este es un relato histórico y jurídico sobre las leyes contra la prensa que se han promulgado en nuestro país, incluso desde finales del Virreinato. Por cierto, no es la primera vez que un grupo parlamentario, con el beneplácito de algunos miembros del Gabinete Ministerial, está intentando silenciar a la prensa independiente en un contexto político, jurídico y constitucional en el que se establece, reconoce y precisa que no hay delitos de opinión ni de información.

También, como se sabe, hay normas en el Código Penal que facilitan que las personas que se sienten agraviadas, insultadas o difamadas por un o por un periodista puedan demandarlos. En muchos casos, estas acciones no prosperan porque los medios de prueba no son convincentes para el juez; pero en otros casos, sí se ha probado que hubo, por ejemplo, difamación.

Tanto el control legal como la autorregulación que se han impuesto algunos medios por razones éticas no condicionan la No condicionan la de un periodista porque se dan dentro de las reglas del juego democrático. Se acepta la pluralidad de medios, porque no puede haber democracia sin pluralidad ideológica y partidaria. Cada medio de comunicación es libre de fijar su línea editorial y, por supuesto, de mantener su independencia informativa de la manera más rigurosa posible. Es decir, de informar con la mayor objetividad los diversos hechos y acontecimientos que ocurren en una sociedad y en el mundo. Este no es un derecho; es un deber moral para que el ciudadano esté bien informado.

Entonces, si esto es bueno para la humanidad, ¿por qué tantas veces se ha intentado censurar a los medios de comunicación? Hay muchas respuestas, pero creo que la principal es el miedo que sienten quienes gobiernan y administran el Estado a que la opinión pública se entere de sus decisiones, sobre todo en nuestro medio, en el que desde los gobiernos –y esto no ocurre solo ahora– se practica la cultura del secretismo. Así, hay que callar al o a la periodista que, a criterio de quienes gobiernan el pueblo, la opinión pública no debe escuchar o leer.

Cuando era joven, mi amigo íntimo, el honorable magistrado Edgardo Rodríguez Cartland, solía decirme cuando enviaba sus artículos a este Diario: “quien asume un cargo público está expuesto a la crítica pública”. El dictador y el autoritario (que en el Perú hay muchos), no solo por un tema de poder, sino también por temperamento, quieren callarle la boca a quienes dicen lo contrario de lo que ellos creen. Les molesta la libertad del otro, que les digan que no, que están equivocados y, por eso, buscan promulgar leyes para censurar la libertad, para que los demás no se expresen ni critiquen libremente. Quieren imponer la censura porque son unos intolerantes con las ideas y expresiones de la oposición y, por ello, no pueden y no saben vivir en democracia. Cuando sabemos que, en realidad, la libertad de expresión en todas sus manifestaciones es fundamental para el progreso moral, intelectual y material de los pueblos.

Ningún medio de comunicación es perfecto, pero son perfectibles. Sobre todo, cuando desde la sociedad civil cumplen con el deber moral de controlar los abusos que se cometen desde el poder, y denunciar la corrupción que hay en el Estado y fuera de él. Esta tarea, aun con todos los defectos que pudiera tener, es moralmente superior a cualquier ley censora que quiera callar la libertad del otro. Porque callar la libertad del prójimo es asesinar su espíritu. Porque los seres humanos somos libertad.

Como bien expresó el arquitecto Fernando Belaunde Terry, cuando asumió la presidencia en 1980: “La libertad no se otorga, se reconoce”.