José Carlos Requena

Hay dos desarrollos de la última semana que no deberían perderse de vista para hacerse una idea de la política en el corto y mediano plazo: la desconcertante elección de como y el apoyo que recibieron los llamados ‘Niños’. En breve, se podría tener al frente una situación similar a aquella que resume con precisión un dicho popular: cambiar mocos por babas.

Y es que, con lo que costó remover a de Palacio de Gobierno y teniendo al frente a una gestión gubernamental medianamente competente, aunque con grandes pasivos, se podía tener la razonable expectativa de que la situación política en su conjunto mejorase.

Para ello, debía contarse con decisiones medianamente razonables por parte del Parlamento. Ya el archivo del adelanto de elecciones mostraba una falta de sensibilidad que resultaba alarmante. Pero lo visto entre la elección de Gutiérrez y el salvavidas a ‘los Niños’ linda con la insensatez y es una muestra patente y reiterada de irresponsabilidad.

¿Podía esperarse algo distinto de un Parlamento que mantiene casi la misma composición que la que juró en julio del 2021? Pues no parecía una expectativa del todo ingenua. De hecho, este Congreso fue el responsable de la que quizás haya sido la más sensata elección de integrantes del BCR en este milenio y también de destrabar la siempre complicada elección de miembros del TC, algo que fue el origen de la disolución del Legislativo por parte de Martín Vizcarra, en setiembre del 2019.

Pero ambas elecciones tomaron lugar en el primer año de su instalación, cuando todavía se mantenía cierto cuidado y había una mayoritaria presión en la opinión pública por contener los estropicios de Castillo y su séquito de adulones y apañadores. Hoy la situación es otra.

En el presente del Congreso tiene mucho que ver el rumbo que toman las bancadas mayoritarias. Por ello, gran parte del pasivo por la elección de Gutiérrez lo arrastrará Fuerza Popular, el grupo parlamentario más grande, que votó en bloque en esta y otras decisiones clave. Es difícil entender el cálculo detrás de este endose, pero lo cierto es que el término “fujicerronismo” no alcanza a las otras bancadas que apoyaron la peor elección de la cabeza de la Defensoría del Pueblo desde que la institución viera la luz con la Constitución de 1993.

La elección de Gutiérrez y el “ampay me salvo” a los ‘Niños’ son decisiones gruesas. Para los legisladores que las apoyaron podrían graficar alguna de las siguientes situaciones.

En primer término, la pérdida de todo resquicio de vergüenza entre los que se saben culpables y están listos a transar votos a cambio de una posterior complicidad.

La segunda situación corresponde a la abdicación de una responsabilidad mayor: aquella de tomar decisiones por los electores que, en campaña, prometieron representar y, en consecuencia, poner sus intereses por encima de los personales. Renunciaron a su rol los que, al votar por el actual defensor, no tuvieron como principal motivación la preservación del respeto que debe proyectar una institución que basa su acción en la persuasión, también lo hicieron los que salvaron a los ‘Niños’ sabiendo de su culpabilidad, un cálculo que tarde o temprano será corregido por la acción de la justicia.

Lo cierto, en cualquier caso, es que lo que significó el Ejecutivo de Castillo bien podría estarse trasladando a la institución que, por ser representativa, debería encontrar salidas y no hundir más al país en el pantano de los desbarajustes y las complicidades.

“Efecto burbuja” le llaman.


José Carlos Requena es analista político y socio de la consultora Público