"Para los miembros de esta derecha recalcitrante, la dignidad de los demás importa un comino, porque, aunque no lo dicen públicamente, creen que todo ser humano tiene un precio, pues están acostumbrados a comprarlo todo". (Ilustración: Víctor Aguilar)
"Para los miembros de esta derecha recalcitrante, la dignidad de los demás importa un comino, porque, aunque no lo dicen públicamente, creen que todo ser humano tiene un precio, pues están acostumbrados a comprarlo todo". (Ilustración: Víctor Aguilar)

Durante la campaña electoral del 2021, leí en redes la palabra “”, una unión entre dos términos. “Cojudo”, que en el Perú significa tonto o bobo, y “digno”, que tiene varios significados; entre ellos, excelencia, realce o también gravedad y decoro en la manera de comportarse.

La dignidad es una característica del ser humano. Es un sello, una manera de ser y de comportarse. Es un valor, como la libertad y la igualdad, pero también es un sentir, es algo que está en la realidad cuando nos relacionamos con el prójimo.

El filósofo Immanuel Kant afirmó que “todo tiene en el reino de los fines un precio y una dignidad. Lo que solo tiene precio puede ser reemplazable por algo equivalente, pero lo que está por encima de todo precio es la dignidad, por consiguiente, no tiene equivalencia”.

En otro sentido, Kant nos está diciendo que los seres no tenemos precio, porque tenemos dignidad. Que las personas valen solo por el hecho de serlo.

Pero, como sucede y ha sucedido a lo largo de la historia, hay personas que no respetan la vida de los demás. Ahí están los asesinos. También hay personas que creen que el ser humano tiene un precio y, en consecuencia, se le puede comprar. Esos son los capitalistas corruptos, y lo pongo así porque también hay capitalistas no corruptos. De allí que quien utilizó la ingeniosa y malhadada palabra “cojudigno” fue un sector que desprecia al otro o a la otra, porque no cree en la dignidad de los demás, ni siquiera se da cuenta de que valen solo por el hecho de ser personas.

Indagando un poco más sobre el origen de la palabreja, encontré que la utilizaban quienes votaron por Keiko Fujimori y Rafael López Aliaga. Venía, pues, de un sector de la derecha, pero no de cualquier derecha, sino de la derecha económicamente acomodada. Es decir, de un grupo que desprecia las opiniones y decisiones de quienes no piensan como ellos. Si votaste por Pedro Castillo, si votaste por Yonhy Lescano, si votaste por Verónika Mendoza e incluso si no votaste ni por Castillo ni por Keiko y anulaste tu voto, eres un “cojudigno” o una “cojudigna”.

Para los miembros de esta derecha recalcitrante, la dignidad de los demás importa un comino, porque, aunque no lo dicen públicamente, creen que todo ser humano tiene un precio, pues están acostumbrados a comprarlo todo.

Entonces, quienes no piensan como ellos, son unos cojudos, porque si no votas por sus candidatos vendrán los comunistas y socialistas que te quitarán todo. Son tan desinformados que ni siquiera distinguen a un comunista de un socialista, de un humanista, de un socialcristiano, o incluso de un liberal demócrata.

El primer artículo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos –en la que ni la ultraderecha ni los totalitarios creen– dice que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y en derechos, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos a los otros”.

En realidad, con esta polarización político-ideológica, la fraternidad se ha ido al tacho. Y ya es momento de que acordemos recuperarla a pesar de las diferencias que tenemos sobre cómo debe ser nuestro país. Es tiempo de dejar de ver al otro como un enemigo y empezar a verlo como un adversario político.

Quienes no respetan este principio no creen en la dignidad del prójimo. Estos son los machistas, los xenófobos, los misóginos, los sexistas, los racistas, los imperialistas o los homofóbicos. Ellos son algunos de los vivos, los ‘sapos’, los que le sacan la vuelta a los otros, los dueños de la pelota y de la verdad. Los que se creen superiores porque consideran que su clase es la mejor y las otras clases las inferiores. Aquellos que se creen aristócratas sin serlo, que se encierran en su mundillo y que no le abren el corazón a los demás. En realidad, más cojudez que esa no puede haber. Salvo que usted encuentre otra y me pase el dato.