José Carlos Requena

Un hecho anecdótico puede terminar siendo un resumen de una situación particular. Es lo que pasó hace solo unos días, el jueves 5, cuando el eligió a Arturo Alegría como su primer vicepresidente, en reemplazo de Hernando Guerra García, quien falleció repentinamente en las primeras horas del viernes 29 de setiembre.

Vale recordar el incidente para los que hicieron una lectura centrada solo en el hecho principal: . El presidente del Congreso, Alejandro Soto, da contabilidad pública de la votación, para lo que debe mostrar uno a uno cada voto emitido. Las opciones, como puede suponerse, son: a favor, en contra, blanco y viciado.

Soto cuenta los votos casi de manera mecánica. Para hacerlo debe mirar cada cédula, de manera que puede luego dar lectura y pronunciar cada voto. Tras un voto claramente viciado, el presidente del Congreso observa un dibujo con trazo infantil de un miembro reproductor masculino. Solo atina a verbalizar su contabilidad. “Viciado”, dijo.

El suceso no deja de ser perturbador y gráfico. Poderosamente gráfico. Lo que su autor o autora –quien quizá nunca se identifique– creyó divertido termina siendo el reflejo de una situación por la que parece pasar el Congreso: la inmadurez ejerciendo el poder.

Porque una acción como aquella solo puede provenir de quien cree estar en un salón de clase de secundaria, entre adolescentes que tienen la sexualidad a flor de piel, la voluntad constante de hacer travesuras y la expectativa de ser celebrado o celebrada como el o la bacán del grupo. A ello debió seguir una risa generalizada. Y un gesto adusto del profesor.

Pero la situación no daba cabida para la chacota. Se elegía a la segunda persona de mayor jerarquía en el Parlamento. De presentarse alguna sucesión constitucional que obligue a Soto a asumir la Presidencia de la República, Alegría ejercería la presidencia del Congreso. El voto, en consecuencia, merecía cierta reflexión.

Podrá decirse que, al ser una elección sin competencia, la votación no tenía relevancia. Pero hay muchísimas otras formas de mostrar rechazo o descontento.

Además, las trágicas circunstancias que originaron la elección de Alegría deberían generar algún nivel de contención a la indomable mofa. Al final de cuentas, solo días antes, el domingo 1 de octubre, Guerra García recibía el homenaje póstumo de sus colegas, muchos de los que, dentro y fuera de su bancada, no salían del estupor que generó su súbita muerte.

El incidente, pues, puede ser particularmente gráfico: un grupo humano con representantes problematizados ejerciendo el poder, en medio de señales propias de una tragicomedia. En vez de risas, lo que se genera es profunda consternación y una creciente irritación.

De hecho, la actual Mesa Directiva del Parlamento pasa por una situación casi inédita, con problemas casi generalizados. A las incontables denuncias que enfrentó Soto tras su elección, hoy le siguen la dudosa figuración que ha alcanzado la tercera vicepresidenta Rosselli Amuruz. A ello debe sumarse una situación que salpica al segundo vicepresidente Waldemar Cerrón, cuyo hermano Vladimir recibió una condena por un caso de corrupción hace solo unos días.

Cuando el periodismo impreso era uno de los principales formadores de opinión, se solían hacer reportajes gráficos, un compendio de fotos que terminaban narrando poderosas historias sin necesidad de mucho texto. Algo de eso tuvieron esos cuatro segundos en que Soto mira el voto y lo lee: un mensaje eficaz, aunque involuntario (¿o no?), en solo un trazo en un papel doblado. Bien dicen que una imagen vale más que mil palabras.

José Carlos Requena Analista político y socio de la consultora Público