Partidos y Congreso funcionales, por Felipe Ortiz de Zevallos
Partidos y Congreso funcionales, por Felipe Ortiz de Zevallos
Felipe Ortiz de Zevallos

Como todos sabemos, el sistema político peruano muestra algunos síntomas preocupantes. Carlos Meléndez se ha referido a tres de sus elementos críticos: la elevada anomia ciudadana, un número excesivo de partidos disfuncionales y la falta de líneas de carrera para aquellas personas que quieran dedicarse a la política. 

La anomia ciudadana tiene una correlación con la informalidad laboral. De su población económicamente activa (PEA), el 20% es informal en Chile, el 50% en Colombia, y casi el 70% en Perú. No debiera extrañar, por tanto, nuestra floja ciudadanía relativa. Al peruano promedio, la política le importa poco. Suele ser indiferente a su diario acontecer. Y le tiene bronca, tiende a movilizarse más por posiciones anti que por aquellas pro, lo que induce a la polarización y a la intolerancia. Un elevado porcentaje de los peruanos decide su voto la semana anterior a las elecciones, a veces el mismo día. Los resultados, por ello, no son fácilmente predecibles.    

Ante la anomia ciudadana, nuestras agrupaciones políticas giran más alrededor de líderes que montan carpas temporales para el intento de ganar las siguientes elecciones. En el Perú, hay registrados 21 partidos nacionales, 9 grupos más han entregado los documentos para intentar una próxima inscripción y más de 100 personas se han acercado a comprar kits electorales para intentar cumplir el sueño del partido propio. 

En Uruguay, para comparar, sus dos partidos tradicionales –el Blanco y el Colorado– se remontan al siglo XIX. Si bien el bipartidismo ya solo rige en pocos países, el contar con un número de candidatos presidenciales o de listas al Congreso que supere al número de colores del arco iris impide elegir bien. Cualquier debate político entre más de siete opciones resulta uno muy poco fructífero. 

Y con demasiados partidos frágiles, es común que no pocos políticos, con algo de oportunismo comodín, salten de partido a partido. En parte, ello obedece a que el sistema no provee de adecuados canales interconectados para una carrera política consistente de mediano plazo, lo que estimula el pragmatismo extremo y el transfuguismo. Hay una carencia de redes articuladas de operadores políticos a escala nacional. Esta falta de profesionalismo impide formar bancadas de reserva y estimular la incorporación de nuevos cuadros juveniles a los partidos. 

¿Cuánto podríamos demorarnos en lograr superar esta situación para lograr que sea al menos comparable con la existente en países como Chile y Colombia? No será posible lograrlo de la noche a la mañana, es una tarea a medirse más en lustros que en años. Se requiere de un esfuerzo consistente y sostenido, poco común en nuestra cultura tradicional, más propensa a la improvisación y al acomodo.

¿A qué deberíamos aspirar en el Perú? Lo ideal sería decantar no más de 5 a 7 agrupaciones políticas, con programas coherentes y debidamente descentralizados, que incluyeran, cada una, a no menos de 50 buenos operadores con experiencia. Es necesario que el quehacer cotidiano de las bancadas parlamentarias resulte uno más productivo, tanto para el país como para la formación política y profesional de sus integrantes. Sería ideal, por ejemplo, que las páginas web partidarias incorporen propuestas programáticas concretas para los principales desafíos de la agenda política cotidiana y que estimulen, en forma y contenidos, una participación ciudadana creciente, así como un debate continuo y horizontal entre aquellos jóvenes interesados en la cosa pública. En las páginas web de los partidos aprista y acciopopulista, por ejemplo, el homenaje a Víctor Raúl Haya de la Torre y Fernando Belaunde ocupa un lugar central. Comparativamente, ni Winston Churchill ni Margaret Thatcher aparecen en la página web del Partido Conservador inglés.   

¿Cómo lograr que mejore la funcionalidad de los partidos políticos y del Congreso? Varias cosas y algunas no tan populares. Por ello, es necesario sustentar bien y divulgar ampliamente la necesidad de las medidas. En las elecciones, los partidos debieran recibir tanto o más atención que los candidatos. Todos debemos ser conscientes de que un sistema plural y eficaz de partidos constituye un elemento esencial de la infraestructura democrática, a cuyo sostenimiento es necesario contribuir. El financiamiento público de algunos de sus gastos, a cambio de una transparencia creciente en sus cuentas y estados, resultaría muy conveniente.

En lo que respecta a los candidatos al Congreso, hay que ser más exigentes con los requisitos mínimos para el cargo. No debiera aceptarse, por ejemplo, a personas que hayan sido sentenciadas por delitos graves. Y las bancadas deben resultar más estables en el tiempo. Los congresistas deben interiorizar plenamente que los eligen para servir y no solo para medrar. Conviene reducir el número de comisiones y estas contar con más continuidad en su conformación. La lista de sus integrantes no debe rebarajarse cada año, como si se tratara de un mero juego de naipes o de sillas. Medidas como estas y otras a debatir son necesarias para que el Congreso recupere el protagonismo y la confianza perdidos.