Miguel Villegas

Lo normal habría sido que no regrese. Que disfrute sus ganancias, que viaje por el mundo, que disfrute la adolescencia que perdió. No está escrito que un crack europeo deba volver a su club de chiquito ni hay castigo si este, por la razón que sea, se jubila entre Cartier y Vuitton. Los distinguirá solo ese intangible que no se puede comprar con millones: cariño. Y el pecho abierto de sus hinchas para defenderlo.

Aún si “solo” fue determinante para el título 2021 o si la final del bicampeonato la vio en el banco, lo tiene, ahora sí, todo. Y desde esta mañana, se tiene a sí mismo.

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Fue, por lejos, el mejor futbolista de la aristocrática Generación 84. De todos esos apellidos ilustres -Rodríguez, Ramírez, Guerrero-, Jefferson fue el más notable, desde las estadísticas hasta el juego, desde la influencia para llenar el estadio hasta la agenda para sintonizarlo por TV. Bastaría decir que a los 20 años, la edad de otros jóvenes promesas, Farfán fue el goleador local de la Eliminatoria al Mundial 2006. Bastaría decir que fue el autor del gol más importante de la selección desde el mundial de España, la noche del 15 de noviembre del 2017. Bastaría decir que fue campeón donde jugó, Alianza Lima, PSV Eindhoven, Schalke 04, Al-Jazera y Lokomotiv Moscú. Y que anuncia su retiro en la cima, que es como deberían irse los hombres de su estatura. Dos veces campeón a los 37 años.

Quienes le exigían que corra como un adolescente, sin saber realmente el dolor de sus rodillas, son los mismos que no van a trabajar cuando les da una breve gripe.

Se va oficialmente del fútbol Jefferson Farfán. “Luego de tantas alegrría y de haber cumplido mis más grandes sueños, ha llegado el momento de decirle adiós a la pelota y cerrar esta linda etapa de mi vida”, publicó en sus redes sociales. El crack que más se le pareció a Teófilo Cubillas, el potrillo de evocaba el tranco de Luis Escobar, el delantero de la selección que cumplía, junto a Paolo, el deseo de todos los pacifistas: ser querido sin que importara la camiseta. Todos ellos, todos nosotros, gritamos sus 27 goles en 97 partidos con la blanquirroja sin pensar en nada más que no sea lo bien que le queda el 10 en la espalda. Eso fue Dios o la buena suerte.