MIGUEL ÁNGEL CÁRDENAS

Durante las más brutales épocas del terrorismo, los reporteros gráficos cubrieron con compromiso y valentía profesional los acontecimientos fundamentales y trágicos de la historia del Perú.

El ex fotógrafo de El Comercio, Juvenal Alvarado, recuerda, todavía con escozor, su foto de los ataúdes con las víctimas de la matanza de Barrios Altos, que eran llevados en hombros desde el Centro de Lima hasta el cementerio El Ángel. En esta masacre de la etapa fujimorista –en noviembre de 1991– murieron 15 personas acribilladas, incluido un niño de 9 años. Juvenal siguió aquella vez el recorrido del cortejo fúnebre, desde el jirón Huanta hasta el jirón Áncash.

“Fue muy bravo, porque cuando salieron los ataúdes de la quinta antigua en la que los mataron y velaron, había mucha gente afuera. Era multitudinario. Y siguieron dos cuadras a pie con mucha tensión. Había congoja de todos los vecinos, porque aún no se sabía quiénes habían sido los ejecutores, se decía que eran senderistas o que los asesinados eran terroristas. Había incertidumbre. Luego se descubriría que fueron los del grupo Colina”.

Este crimen fue tan bárbaro que se incluyó en la solicitud de extradición de Alberto Fujimori que el Gobierno Peruano presentó ante Japón en el 2003. Juvenal Alvarado trabajó 32 años en este Diario. Desde 1967 cubrió noticias que él califica de optimistas e inolvidables, como la llegada del papa Juan Pablo II al Perú y otras peligrosas –“y también inolvidables”– como la presencia de narcoterroristas en el Putumayo, en 1995.

“Sin embargo, la matanza de Barrios Altos fue lo más aterrador que cubrí, por lo que significó para el país”, medita.

MEMORIA RECOBRADA El reportero Jorge Chávez también fotografió los ataúdes más dolorosos de su vida en otra masacre que marcó la historia del Perú: la de Uchuraccay. Fue a fines de enero de 1983.

“Y ahí estuve frente a los ocho féretros de mis amigos, vi llorando al papá de Willy Retto, al ‘Chivo’ Castillo, al gran Javier Ascue, que se salvó de morir ahí. Y yo también lloré por ellos y porque me salvé de morir”.

Jorge había permanecido 15 días en Ayacucho cubriendo las noticias más sangrientas y estaba a punto de ser relevado por otro fotógrafo. Por esto, no acompañó a los ocho periodistas y un guía que serían asesinados el ominoso 26 de enero. “Es más, esa mañana que partieron desayuné con Jorge Sedano, que era como mi hermano, mi vecino, yo lo llevé a trabajar a ‘La Crónica’, su primer trabajo, lo recomendé con el ‘Chino’ Domínguez. Sedano me dijo que fuera con ellos, pero ya no había sitio para mí tampoco en el auto que los llevó. Por eso, imagínate cómo me partió el corazón cuando me quedé en Ayacucho, porque mi relevo no llegó, y tuve que ir a la zona de la matanza. Y ayudé a desenterrarlos y ahí estaba el cadáver de mi querido amigo Sedano…”, cuenta tiritando Chávez, quien fue jefe del Departamento de Fotografía de El Comercio durante 12 años.

Los recuerdos son tan lacerantes a veces que cuesta asirlos, sin caerse. Hace 3 años, Jorge Chávez sufrió un paro cardiorrespiratorio que lo hizo perder la conciencia por 15 días. Peleó por su vida y cuando, al fin, despertó, no recordaba nada. Su esposa, Betty, cuenta que fue recobrando la memoria por chispazos, por detalles. Y precisamente sus vivencias de periodista son las que retornaron a su mente con exactitud histórica.

“Fue una época desesperante para nuestras familias también, porque no había celular y, desaparecidos por semanas, llegaban a pensar que estábamos muertos”, musita Jorge, que se siente tranquilo de ejercer su memoria por más triste que sea. “Ahora escribo poco a poco un libro que se va a llamar ‘Memorias de un reportero’ sobre esas épocas que sufrimos todos”, afirma con serenidad.

UN OFICIO DE RIESGO Darío Médico Ugarte fotografió los cuerpos de las víctimas de la matanza de Accomarca en la morgue de Ayacucho, en agosto de 1985. Allí militares ejecutaron a 62 campesinos. “Estábamos en peligro de muerte, nos amenazaban siempre. Con el gran Javier Ascue nos salvamos de varias. Una vez hubo un enfrentamiento cerca del estadio de Huamanga y quedamos en medio, entre terroristas y policías, tuve que tirarme a una zanja. Javier me regalaba coraje; otra vez nos salvamos de una balacera en Vilcashuamán”, rememora Médico, quien trabajó en este Diario de 1965 a 1993.

“Lo que más me impactó fue el asesinato de Bárbara D’Achille. Partimos con Ascue para investigar al lugar de los hechos, en Huancavelica, y cuando estábamos cerca, camuflados porque hablábamos quechua, vimos a cuatro tipos armados que decían: ‘Hay dos de El Comercio que vienen’ y bajaban el dedo. Felizmente pudimos huir”. Darío concluye: “Si arriesgábamos la vida era por amor a nuestra profesión”.