Mario Ghibellini

La semana pasada reflexionábamos sobre el anunciado “plan Boluarte”. Decíamos, en esencia, que este no podía estar referido a la situación de inseguridad que existe en el país porque las medidas que el presidente del Consejo de Ministros, , había adelantado al respecto atendían solo aspectos marginales del problema. Lo más probable, concluíamos, es que fuese solo una receta que los miembros de este gobierno se recitaban a sí mismos pensando en el futuro inmediato: “no muevas un dedo y procura quedarte”.

Hay que anotar, sin embargo, que la se encargó pronto de hacernos ver que estábamos equivocados. No en lo fundamental, pues nos sigue pareciendo que su cometido principal es permanecer en el poder hasta el 2026, pero sí en lo que concierne a lo que está dispuesta a hacer para lograrlo. Algunos dedos, después de todo, ha movido ella en estos últimos días. Particularmente, los que suelen verse comprometidos en el lenguaje de señas.

(Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
(Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).

–Guerra y paz–

Dos han sido los gestos políticos más importantes de la gobernante a lo largo de esta semana. Por un lado, su abierto enfrentamiento a quienes le gritaban “Dina asesina” durante una actividad oficial en Pichanaqui (Junín) y, por el otro, los cambios que ha operado en el Gabinete.

Vayamos por partes. Que le gritasen lo que le gritaron en la referida localidad no constituye, por supuesto, novedad alguna. La imputación que el grito comporta es el arma que con más constancia han blandido hasta ahora quienes quieren arrinconarla para que renuncie. La novedad, entonces, radica en su reacción. Por primera vez, en efecto, la señora Boluarte se ha sobrepuesto al terror que esa acusación, convertida en eslogan, le provoca y ha respondido con una disposición de ánimo que quiere parecer corajuda. Todos la recordamos dirigiéndose a los manifestantes que vinieron en enero de este año a la capital decididos a protestar con vandalismo contra su gobierno para invitarlos a pero “en calma”. Una necedad que le pasó factura ante los sectores que, resignadamente, le brindaban hasta ese momento su apoyo y que reveló el pavor que las vociferaciones en cuestión le inspiraban. Esta vez, no obstante, la jefe del Estado enfrentó al coro de acusadores con un discurso agresivo. “A mí nadie me va a amedrentar con palabras como [las] que vienen diciendo”, bramó. Y luego continuó: “Yo les pregunto a quienes gritan esas palabras, ¿quiénes han matado a nuestros hermanos en esas violentas manifestaciones?”. “Fueron ellos mismos, porque de esta manera querían doblegar a un gobierno constitucional”, se respondió ella sola, para finalmente rematar su trance de furia desafiando a aquellos que le lanzaban piedras mimetizados entre la multitud a dar la cara. Cualquiera habría pensado que esta vez era ella la que estaba decidida a agitar consignas y que la que tenía en mente era esa que dice: “el miedo se acabó”. Pero el miedo, en realidad, no se había acabado. Solo se había concentrado en quienes de verdad podían cortarle las alas a su única razón de ser –sostenerse en el poder– y se había expresado en esa otra gran pirueta política que la mandataria ensayó días atrás: los cambios ministeriales.

no son nunca un detalle irrelevante en el devenir de un gobierno, pero entre las que tuvieron lugar este miércoles hay una que opaca a las demás. A saber, aquella que afectó al sector Educación y supuso el reemplazo de por Miriam Ponce Vértiz a la cabeza del mismo. Como se sabe, la señora Márquez había tenido hace poco la osadía de enrostrarles a 101 congresistas la dimensión del atropello que acababan de cometer al votar a favor del reingreso a la Carrera Pública Magisterial de los docentes que reprobaron o no se sometieron a la evaluación dispuesta por el Ministerio de Educación en el 2014. “Lo que se les está diciendo a los estudiantes es que sus maestros no necesariamente tienen que ser los mejores”, sentenció. Y anunció que el Ejecutivo observaría la iniciativa.

Como un relámpago, entonces, la presidente Boluarte le pidió su renuncia y liquidó en un suspiro la pechada a los miembros del Legislativo que ella había esbozado: no fueran ellos a molestarse y a comenzar a mirar la posibilidad de vacarla, hasta ahora ni siquiera considerada, como una opción no desdeñable... Así, mientras a sus difusos opositores de pie les declaraba la guerra, a los parlamentarios que habían sucumbido a la tentación populista de practicar el clientelaje con los docentes cesados por haberse escurrido a una mínima exigencia de calidad, les hacía una transparente oferta de llevar la fiesta en paz. Aunque todo, claro está, solo mediante el lenguaje de señas al que antes aludíamos.


–Meritocracia–

Es sintomático, en ese sentido, lo que el premier Otárola le respondió el jueves a la prensa al ser interrogado acerca de los motivos del cambio en el sector Educación. “Quiero decir con mucha claridad que es política del gobierno el respeto por la meritocracia”, aseveró un tanto esquivo. Pero el que menos entendió que lo que estaba sugiriendo es que la ministra Márquez había hecho los méritos suficientes para ser decapitada. Si lo pensamos bien, pues, lo que la presidente ha querido transmitirnos estos días a través de sus gestos y muecas es que el “plan Boluarte” sigue en marcha. Y a toda mecha.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Mario Ghibellini es periodista