(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)

Como en el falso dilema de qué vino primero, si el huevo o la gallina, no deberían existir dudas ante la pregunta sobre el origen de las reformas esenciales: sin una mutación radical del sistema de partidos políticos, será altamente improbable que nos beneficiemos (en el corto o largo plazo) de ellas.

A diferencia de las reformas estructurales de los noventa (mayoritariamente económicas), las reformas pendientes pasan, la gran mayoría de ellas, por acuerdos políticos. Entre las más urgentes, requerimos modificar nuestro sistema de justicia (que incluye desde la identificación de jueces y fiscales hasta el ), el Estado (tamaño y responsabilidades), el sistema tributario, laboral y pensionario, entre otros. Son reformas indispensables para brindar seguridad física y jurídica a los peruanos, para mejorar las capacidades y competencias de nuestros jóvenes, y asegurar una vida digna del adulto mayor ante el avance imparable de la tecnología y la mejora en productividad de los países desarrollados.

Las , como bien sabemos, requieren en gran medida de un conjunto limitado de variables: un líder con decisión de llevarlas a cabo, un grupo de tecnócratas capaces y comprometidos, y una población abierta a aceptarlas (pueden serles duras en el corto plazo, pero confían en que serán beneficiosas en el mediano y largo plazo), entre otras.

Las requieren de un algoritmo distinto: un líder por sí solo no puede llevarlas a cabo; los tecnócratas no son tan importantes como los operadores políticos; y la población no ve estas reformas (sobre todo políticas e institucionales) como prioritarias. Desde ahí, como imaginarán, las cosas se complican, y mucho.

Este es un problema crucial para nuestro desarrollo inmediato. No es necesario ahondar en lo que referimos por “sólido sistema de partidos políticos”. Basta con anotar que en el componente de confianza pública sobre su clase política nos situamos en el puesto 126 sobre 137 países estudiados por el . En el último , aparecemos en el puesto 12 sobre los 17 investigados en América Latina.

Dicho esto, la pregunta cae de madura: ¿qué hacer?

Para empezar, podríamos aspirar a realizar reformas “al margen”; léase, dejar de lado las expectativas de grandes reformas, en bloque, y pensar en hacer pequeñas modificaciones que, en el tiempo, vayan cambiando las cosas en la dirección esperada. Una suerte de “gradualismo” si se quiere; no es lo que muchos esperan, pero al menos se asegura cierto grado de avance. El riesgo, por supuesto, es que en la ruta se paralicen las mejoras por intereses subalternos, pero al menos es una ruta menos problemática.

Otra ruta es buscar un espacio de consenso político. El primer impulso sería voltear hacia una instancia como el Acuerdo Nacional, donde se agrupan, o agrupaban, los principales representantes de la partidocracia, el empresariado, los sindicatos y la sociedad civil; lamentablemente, dicha instancia esta anulada en la práctica, lo cual deja abierta la posibilidad al mandatario (u otro interesado) de reinventarla o crear una nueva instancia de negociación.

Lo que no podemos hacer es tirar la toalla ante la necesidad de hacer visibles las reformas pendientes. La participación de la hinchada peruana en esta copa del mundo ha puesto en evidencia la pasión de triunfo de las nuevas generaciones; es inaceptable, entonces, la escandalosa indiferencia de la clase política a sus legítimas aspiraciones.