Jaime de Althaus

Parece no haber mucha conciencia de que el Perú está en proceso de involución. Los dos riesgos mayores de mediano plazo son el del empobrecimiento sostenido, porque la economía ya no crece para reducir la pobreza, y el del enseñoramiento de la . En suma, la pérdida de viabilidad nacional.

La manera de revertir ese curso es recuperando una corriente fuerte de para volver a crecer a tasas altas. Pero justamente la anarquía de los últimos siete años, el trauma generado por la elección de y las violentas movilizaciones de diciembre a febrero han destruido la fe en el futuro. Es un círculo vicioso.

Hay, sin embargo, formas de romperlo. Una es sacando adelante proyectos como , que tiene una importancia estratégica porque demostraría que el Perú ha aprendido a manejar resistencias minoritarias basadas en posiciones interesadas y radicales sin argumentos válidos. Y que, por lo tanto, vuelve a ser atractivo para la inversión minera. El radicalismo está muy desgastado y desacreditado luego de las costosas e infructuosas movilizaciones de los meses pasados. Este es el momento. Hacerlo cambiaría dramáticamente el clima de inversión en el país. Sería un punto de quiebre.

Lo otro es aprobar reformas estructurales que repotencien el modelo para volver a crecer. El Ejecutivo está planteando algunas: simplificación de los regímenes tributarios, sistema de pensiones, fideicomiso para obras públicas y facultades para implantar la meritocracia en el Estado haciendo obligatorio el paso al régimen del servicio civil, entre otras. Ya hace pocos meses aprobó un decreto legislativo para que todas las normas nuevas y antiguas pasen por un análisis de impacto regulatorio, a fin de podar sobrerregulación costosa. Pero el debería fiscalizar que se aplique. Y debería avanzar con normas laborales inclusivas y flexibles que ayuden a formalizar y a generar más empleo. Eso tendría un gran impacto.

El problema es que justamente el Congreso es una de esas instituciones “que se están pudriendo por dentro”, como dice Moody’s. Tiene que hacer un gran esfuerzo de regeneración para aprobar también las reformas que ayuden a mejorar la calidad de la política, comenzando por la (que se quedó por un voto). La comisión consultiva de la Presidencia de la República ha formulado unas propuestas que deberían debatirse.

Por supuesto, ayudaría mucho un Acuerdo Nacional donde los actores pudieran sentarse a responder una sola pregunta: ¿cómo hacemos para volver a crecer a tasas altas? Pero ya vimos que a la reciente reunión descentralizada de Arequipa del Acuerdo Nacional convocada por el Gobierno no asistió la CGTP, con el argumento de que no participará mientras siga en el poder, como si no tuviera que cumplir un período constitucional, o mientras Otárola siga de primer ministro.

¿Funcionaría entonces un diálogo convocado no por el Gobierno, sino autoconvocado, digamos, por la Confiep, la CGTP y otros gremios empresariales, laborales y por la sociedad civil? ¿Asistiría la CGTP si es para responder a esa pregunta? ¿Serían esos actores capaces de discutir de manera racional, con números, con evidencia, con argumentos lógicos, ese tema?

Es iluso soñar con un diálogo social a la europea cuando la ideología de clases que supone un juego de suma cero le impide a la CGTP darse cuenta de que una repotenciación del modelo con una normatividad laboral flexible e inclusiva le daría más poder porque ensancharía su base sindical y los trabajadores incrementarían sus salarios.

Hay todavía otra manera de romper el círculo vicioso: que los partidos de centro y derecha acuerden desde ahora unas bases de plan de gobierno para el 2026, con reformas que puedan irse aprobando desde ahora, señalando una guía a sus bancadas en el Congreso. Coordinaron para la Mesa Directiva. Den el siguiente paso: preparen esas bases.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Jaime de Althaus es analista político