"Los pobres extremos del país siguen con esa calificación, pero hoy el 73% de esos hogares tiene teléfono celular, un cambio profundo que las estadísticas de pobreza no registran" (Foto referencial: Joel Alonzo / GEC)

fotos: joel alonzo/@photo.gec
"Los pobres extremos del país siguen con esa calificación, pero hoy el 73% de esos hogares tiene teléfono celular, un cambio profundo que las estadísticas de pobreza no registran" (Foto referencial: Joel Alonzo / GEC) fotos: joel alonzo/@photo.gec
Richard Webb

Gran parte de lo que hoy más vale en mi , es gratis. O casi. Me frustra, entonces, que las estadísticas que miden el bienestar económico del país apenas toman en cuenta lo que valoro tanto. No me refiero a esos valores sin precio, como la familia, las amistades, la buena salud, y los regalos de la naturaleza. Me refiero solamente a lo que es producido y vendido.

En principio, todo lo que pasa por compra-venta es sumado cuando se calcula el famoso , que pretende decirnos lo que vale todo lo producido. Pero cuando queremos ver si la economía ha avanzado, surge un detalle. ¿A qué precio se valoran los productos? ¿Al que tenían en el pasado? ¿O al precio de hoy?

Uno de los tesoros de mi vida han sido las enciclopedias, y guardo un recuerdo muy nítido del regalo que recibí −cuando cumplí 11 años− una enciclopedia de un volumen, con hartas ilustraciones. Luego pasé a otras fuentes de información, pero esa primera ventana a otros mundos que se me abrió quedó como una invitación permanente. Muchos años y varias enciclopedias más tarde, decidí invertir en una versión completa de la Enciclopedia Británica, 32 volúmenes, que costaba US$1.399. Ese tesoro sigue en mi biblioteca, majestuoso, pero hoy en día nunca abierto. Es que poco después llegó Wikipedia, y todo el resto de Internet, con miles (millones) de veces más información que la Británica, y que consulto a diario, gratis, no importa adonde estoy. ¿El PBI registra toda esa riqueza en mi vida?

Otro tesoro ha sido una sucesión de cámaras fotográficas, que no solo costaban fuerte, sino que requerían un gasto considerable de dinero y tiempo en compra de rollos fotográficos, y luego para la revelación. El gasto era tan considerable que las fotos se volvían producciones teatrales, para no malgastar el preciado rollo, y, generalmente, solo había una cámara en la familia. Copias para compartir eran más gasto y más tiempo en visitas al revelador y al correo. Hoy las fotos no cuestan nada, y, además, tienen más calidad que la costosa cámara Rolleiflex que una vez tuve, aparte de que pueden ser copiadas y enviadas sin costo. La multiplicación de la fotografía, aparte del gusto para el corazoncito artístico que todos tenemos, ha sido una maravilla para acercarnos como familiares y amigos. Pero todo ese beneficio, ¿cómo se valora en el PBI? ¿Al costo anterior de cámaras y película y revelaciones y correos, o al costo casi cero de hoy?

Los celulares han abaratado también la comunicación telefónica, y cada vez que gozo de una conversación de, quizás media hora o más, con algún familiar, o amistad, o colega, no puedo dejar de recordar el casi imposible costo de una llamada de larga distancia con mi familia cuando yo estudiaba colegio en el extranjero. Tanto, que el regalo de Navidad un año consistió en una llamada entre el Perú y Canadá de apenas tres minutos −el costo de más tiempo era imposible para nuestra familia−. Si todas nuestras llamadas de hoy fueran valoradas al costo que tenían hace medio siglo, se descubriría que nuestro nivel de vida ha mejorado mucho más de lo que registra el PBI.

La “actualización” periódica de los precios, reemplazando precios caros anteriores con precios abaratados de hoy, puede tener sentido para comparaciones muy recientes, pero esconde los cambios mayores que se vienen acelerando en nuestras vidas. Esa distorsión también afecta el seguimiento de la pobreza. Una de las mayores limitaciones de la población más pobre de la Sierra son las distancias y las enormes dificultades para ir de un lado a otro. Pero la llegada del celular hace unos 15 años ha transformado sus vidas. Los pobres extremos del país siguen con esa calificación, pero hoy el 73% de esos hogares tiene teléfono celular, un cambio profundo que las estadísticas de pobreza no registran.