Santiago Pedraglio

El 2026 aparece como un año mágico cuyo arribo permitiría resolver –si no en su integridad, por lo menos en una medida importante– la crisis política del país. No se pueden criticar ni la buena voluntad ni los buenos deseos; sin embargo, demasiadas señales indican que salir de la crisis tomará tiempo y que conseguir una cuota de sensatez entre los posibles futuros elegidos sería ya un gran logro.

Sin ánimo de presentar una larga lista de razones que obligan a un indispensable realismo frente al futuro inmediato, cabe mencionar dos circunstancias de profundos y prolongados efectos en la política peruana. La primera es que en nuestra sociedad la “ley” que prima es ser informal y que esta informalidad, diversificada, viene capturando no solo la vida cotidiana, sino también amplios espacios de los poderes nacional, regionales y locales. A las organizaciones y representaciones políticas les toca cultivar la voluntad, la sabiduría y la legitimidad necesarias para reformar esta situación de manera paulatina, negociando y planteando alicientes que generen consenso. Este es un enorme reto y tomará su tiempo.

La segunda circunstancia son las profundas heridas que sufre nuestra , como efecto de que los peruanos se sienten despreciados, ninguneados y burlados por sus representantes, quienes están dispuestos a mantener su actitud soberbia a pesar de tener un 90% de desaprobación. Resanar estas heridas preservando la democracia –y no vía un caudillo autoritario que se presente como la alternativa de solución– no es un objetivo fácil de lograr.

No es la primera vez que el vive una crisis de las dimensiones actuales. Por eso vale la pena recordar, aunque sea muy apretadamente, unas reflexiones del historiador Jorge Basadre sobre las dificultades de constituir en el Perú, planteadas en 1947: “Las visiones administrativa y económica solas, sin calor humano, sin fe, cariño y preocupación por la masa resultan gélidas, incompletas y, a la corta o a la larga, impopulares”. Añade, a modo de cierre, una conclusión central: “Los que unieron las tres actitudes, y solo ellos, echaron las bases de una verdadera élite nacional” (“Meditaciones sobre el destino histórico del Perú”, p. 78, Lima, reedición del 2024).

La creación de una élite nacional –política, empresarial, académica, regional, comunal– es un propósito que involucra al conjunto del espectro político del país, que debe tratar de no olvidar otra reflexión de Basadre recogida en la misma fuente: “No habrá verdadero Estado eficiente ni país cabalmente desarrollado si el pueblo es descuidado”.





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Santiago Pedraglio es Sociólogo