Mabel Huertas

En pocos países democráticos se pasa tan intempestivamente de un mimado por la a uno acogido por la sin elecciones de por medio; todo dentro de parámetros constitucionales. El Perú suele ser de esas rarezas que fascinan a la politología.

El pacto de sobrevivencia de la presidenta Dina Boluarte con amplios sectores de la derecha peruana para mantenerse en el cargo se refleja en ese porcentaje de aprobación concentrado en Lima (24%) y entre los niveles socioeconómicos A (28%) y B (22%), según la última encuesta de Ipsos.

Pero el continuo ideológico tiene matices. Se trataría de una derecha alejada de la tecnocracia que lideraba Pedro Pablo Kuczynski en el 2016. Siete años después, una pandemia y un ciclo interminable de crisis política han germinado un debate altamente polarizado en donde los discursos populistas dominan la escena. Es así como populistas conservadores en el Congreso –defensores del “nos quedamos todos, menos Castillo”– vieron su oportunidad con el ascenso de Boluarte y la tomaron en un intento de asegurar su estadía hasta el 2026.

Quien ha sabido sacarle el jugo a esta posición de ventaja es el alcalde de Lima y líder de Renovación Popular, Rafael López Aliaga. En pocas semanas ha logrado colocar en agenda temas tan controversiales como aceptados por un sector de ciudadanos hastiados de la criminalidad. La lista va desde la presencia de las Fuerzas Armadas en la ciudad capital y la pena de muerte para violadores, feminicidas y corruptos hasta la invocación de un “Plan Bukele” para acabar con la delincuencia, aludiendo al, admirado por algunos y cuestionado por otros, presidente salvadoreño.

Además, López Aliaga ha logrado –nada menos– que el Ministerio de Educación bajo el mando de Óscar Becerra, recientemente retirado de su cargo de ministro, le transfiera las competencias de la Dirección Regional de Educación.

Así, la derecha populista y conservadora está ganando un espacio importante e influyente. Sin embargo, de cara a esa ansiada paz política, a una continuidad presidencial de cinco años que asegure un sólido marco legal y político para más inversiones y mayor crecimiento económico, es necesario levantar algunos ‘red flags’.

El primero es para Palacio: una derecha ultramontana, cuyo insumo discursivo es criticar las fallas del Estado y sus instituciones y que propone romper los límites de la Constitución para establecer mano dura, es capaz de retirar el apoyo a la presidenta y sus pasivos antes del 2026. Nada está asegurado.

El segundo, para quienes simpatizan con este ‘momentum’, recordarles que la narrativa populista puede quedar solo en una mirada cortoplacista electoral que nos mantenga en este ‘loop’ de elecciones-crisis-vacancias.

Se necesita una derecha democrática, con una mirada hacia un horizonte más largo, que se tome el tiempo de ejecutar políticas públicas eficientes y efectivas, que no improvise según los ánimos populares, que tenga un objetivo que no se agote en las urnas y que sepa comunicar más allá de las muletillas que polarizan.

En los últimos 20 años nuestras elecciones han girado de izquierda a derecha y viceversa, por un electorado agotado que busca refrescarse girando 180 grados. ¿Podrá la seducción populista-conservadora romper ese giro electoral y asegurar la continuidad de la derecha? O estamos a la espera de un ‘outsider’ más osado aún que el popular ‘Porky’: un Bukele peruano al que le dé igual ser de izquierda o de derecha.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Mabel Huertas es periodista y socia de 50+1, grupo de análisis político