“Es importante reconocer la posibilidad de ampliar la gma de sentimientos aceptables para los varones y desatar las amarras que los limitan a un guion muy reducido”. (Ilustración Giovanni: Tazza)
“Es importante reconocer la posibilidad de ampliar la gma de sentimientos aceptables para los varones y desatar las amarras que los limitan a un guion muy reducido”. (Ilustración Giovanni: Tazza)
María Pía Costa

El machismo es una moneda de dos caras. Conocemos su impacto negativo en las mujeres, pero es preciso señalar lo nocivo que resulta también en los hombres. No basta con brindar a las niñas las herramientas para contrarrestar el peso de los patrones masculinos de dominación; se debe formar a los niños para alejarlos de dichos patrones. Para bien de las mujeres y, también, en beneficio de ellos mismos.

La Asociación Americana de Psicología ha lanzado un conjunto de 10 lineamientos para los psicólogos que trabajan con niños y hombres, poniendo de relieve que los patrones masculinos convencionales dificultan una vida sana y satisfactoria para los hombres, tanto a nivel emocional como físico. Las estadísticas muestran mayores tasas de suicidio, de enfermedades cardiovasculares, de adicciones y conductas de riesgo en hombres que en mujeres. Asimismo, los varones están más solos en la vejez y, a pesar de tener mejores oportunidades en la vida, mueren antes que las mujeres y cometen la mayoría de crímenes violentos.

Quiero dar cuenta de una experiencia escolar pionera en Estados Unidos, orientada a enseñar a los niños a cuestionar los roles de género tradicionales (“The New York Times”. “Boy Talk: Breaking Masculine Stereotypes”, 24/10/18). Una vez por semana, durante el almuerzo, se reúnen varones de 12 y 13 años para conversar libremente, sin críticas ni juicios, sobre temas que les conciernen y de los que normalmente no hablan delante de otros.

En una de las sesiones, la coordinadora del grupo va nombrando emociones. Los niños deben decidir cuáles van dentro o fuera de una caja imaginaria, que debe llenarse con los atributos masculinos. Los niños no dudan en excluir de ella: confianza, tristeza, ternura, paciencia, miedo, inseguridad, confusión, alegría y el sentirse abrumado. La coordinadora organiza una reflexión posterior en que les muestra que han eliminado, de la experiencia masculina, gran parte del espectro de las emociones humanas.

Es importante reconocer la posibilidad de ampliar la gama de sentimientos aceptables para los varones y desatar las amarras que los limitan a un guion muy reducido. El segundo reto para estos chicos será lograr actuar y expresar, fuera del espacio confiable del grupo, aquello que han comprendido en esta sesión.

Recojo esta experiencia puesto que cumple un doble objetivo: buscar el bienestar emocional de los niños y también prevenir la violencia sexual y de género. Lo segundo, en la medida en que hay un vínculo entre la incapacidad de expresar con autenticidad las emociones y la tendencia a comportamientos violentos.

La raíz del problema parece estar en la creencia de que los hombres deben demostrar constantemente su virilidad, y alejarse de cualquier expresión afectiva asociada con lo femenino (dependencia, emotividad, ternura, miedo). Por el contrario, se fomentan estereotipos de fortaleza, competencia, riesgo, violencia y sexo. Esta separación de las emociones –unas consideradas femeninas, otras masculinas– resulta sumamente limitante para ambos géneros.

El humano es el único mamífero completamente dependiente al nacer, ya que no sobrevive si no es cuidado por un adulto. Cualquier otro animal logra proporcionarse alimento y un lugar donde cobijarse a las pocas horas de nacido. Nuestra dependencia y necesidad de otra persona está en la base de todos nuestros vínculos afectivos.

Luego de un período inicial de total dependencia, el niño busca identificarse con el padre, para lo que tiene que renunciar a su cercanía con la madre y con el mundo que lo ha arropado durante la primera infancia. En este momento se produce un normal rechazo de lo femenino que, en entornos culturales particularmente machistas, estará en la base de futuros comportamientos de deprecio a lo femenino y que conducen a la violencia de género.

La niña, en cambio, se mantiene en el área afectiva de la madre, identificada con lo femenino. En contextos extremos, la aceptación de su vulnerabilidad, dependencia y búsqueda de protección podrá desencadenar actitudes de sumisión y resignación ante la violencia de género.

Es momento de ser conscientes de que en el Perú tenemos que trabajar, también, con los hombres sobre los estereotipos tradicionales de la masculinidad si aspiramos a reducir las preocupantes tasas de violencia contra la mujer. Esto no significa una “feminización” de su personalidad, sino más bien un enriquecimiento de sus potencialidades y de su bienestar. En otras palabras, aceptar nuevas y enriquecidas formas de masculinidad.