(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Carlos J. Zelada

Cuando todavía era niño, allá en los hoy lejanos años 80, entendí que mi visibilidad como persona podía traerme serios problemas. Mi orientación sexual me hacía vulnerable a la violencia, me ponía en riesgo, me obligaba a ocultarme. Al tiempo, entendí que el Derecho tampoco me reconocía plenamente. ¿? ¿Una ley de identidad de género? ¿Sancionar los crímenes de odio? Poca bibliografía progresista llegaba a mis manos para mi etapa universitaria, pero siempre escuchaba que esos desarrollos eran exquisiteces propias de las dinámicas jurídicas del primer mundo. Recuerdo claramente lo que alguna vez me dijo un profesor: “aquí, doctor, no estamos preparados para esas cosas”.

Los tiempos han cambiado. Qué duda cabe. El arribo del siglo XXI trajo la posibilidad de la visibilidad cautelosa para buena parte de quienes somos LGBT. El miedo no se había ido, para nada. Pero lo que venía ocurriendo en el plano jurídico de los países vecinos traía esperanza. Se comenzaba a utilizar el lente de la prohibición de la discriminación para entender lo que nos ocurría. Se entendió que estábamos en peligro, algunos inclusive más que otros. Y, en ese camino, ganamos importantes aliados claves y muchos empatizaron con lo que pasamos mientras crecemos y sobrevivimos. Sin embargo, los avances del entorno social nunca se tradujeron al plano jurídico, en especial en lo legislativo. Han transcurrido un par décadas de desarrollo jurídico y el Perú es todavía un país casi estéril en la protección de quienes somos sexualmente diversos.

El anuncio de la que confirma de facto lo que será la composición del próximo no augura mayores cambios. El período que culmina vio ingresar al parlamento los proyectos de ley de matrimonio igualitario y de identidad de género: dos iniciativas claves para el ejercicio mínimo de la ciudadanía de quienes somos LGBT. Hemos esperado pacientemente que las comisiones congresales respectivas emitan un dictamen que permita su discusión y eventual votación en el pleno. Por supuesto, ello no ha ocurrido. Lo peor de todo es que agotado este período congresal todo volverá a fojas cero. Ambos proyectos se archivarán, como si nada hubiera pasado. Y seguiremos esperando.

Me animo a hacer una lista minimalista de lo que la agenda legislativa nos tiene pendiente: (i) ley de matrimonio y unión de hecho igualitarios, (ii) ley para el reconocimiento de la identidad de género, (iii) ley integral trans, (iv) ley para prevenir y sancionar los crímenes de odio contra las personas LGBT y (v) ley marco para la prohibición de la discriminación por orientación sexual, identidad y expresión de género. Lo sé, las leyes no cambian las realidades de un día para otro, pero el carácter simbólico de su validez puede orientar decisivamente la ruta del Estado que soñamos.

En paralelo, conociendo la hostilidad del escenario legislativo, varios ciudadanos LGBT acudieron al Poder Judicial en las últimas dos décadas para buscar casarse o reconocer su identidad. Lo ocurrido en lo jurisdiccional no ha sido siempre motivo de celebración, pero sin duda allí se han producido las victorias jurídicas más sonadas, especialmente para las personas trans. Muchas de ellas tienen hoy reconocidos sus nombres en sus documentos de identidad gracias a la resolución de alguna jueza comprometida con la igualdad. Pero vamos, todo sería más sencillo si, por ejemplo, tuviéramos una ley de identidad de género. Y es que nadie debería tener que iniciarle un juicio al Estado para poder ser quien es. O, en última instancia, pensando en todo el espectro LGBT, para vivir en libertad, con plena ciudadanía y sin miedo a la exposición de lo cotidiano.

La mayoría de las fuerzas políticas que han alcanzado las curules esta vez omitió abordar lo LGBT en sus planes de gobierno. Y los partidos que sí nos incluyeron, algunos con extrema timidez, son los menos entre los menos. Parece pues que las sexualidades diversas y la autonomía para ser y decidir son temas que todavía son pocos estratégicos para que un candidato gane votos.

Lo que viene es un escenario incierto y poco alentador. A los que podemos nos tocará estar vigilantes para que los nuevos congresistas no retrocedan sobre lo poco que se ha avanzado. O también, huir de aquí, buscar como se pueda nuevos lugares donde construir nuestras familias y proyectos de vida, porque vienen tiempos realmente difíciles. Y es que si bien los LGBT algo sabemos de estrategias de supervivencia y resiliencia, a nadie se le debe exigir con la existencia ser héroe o heroína en su propia tierra.