Milagros Leiva

Érase una vez —concretamente en los días mejores del año, la víspera de Navidad, el día de Nochebuena — en que el viejo Scrooge estaba muy atareado sentado en su despacho. El tiempo era frío, desapacible y cortante; además, con niebla. Se podía oír el ruido de la gente en el patio de fuera, caminando de un lado a otro con jadeos, palmeándose el pecho y pateando el suelo para entrar en calor.

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