(FotoIlustración: Nadia Santos)
(FotoIlustración: Nadia Santos)
Pedro Suárez Vértiz

Soy un enamorado de las palabras. Las letras de canciones que marcaron mi vida son las de Against the Wind, de Bob Seger; Contigo, de Sabina; The River, de Springsteen; Causas y azares, de Silvio Rodríguez; Waiting on a friend, de Rolling Stones; Imagine, de Lennon; El espejo de mi vida, de Felipe Pinglo; No me acostumbro, de Ray Ruiz; Los caminos de la vida, de Vicentico; Ansiedad, de Nat King Cole; y The End, de Beatles. Todas ellas tienen algún verso o línea que comprime –en pocas palabras– explicaciones, escenas o sabidurías enormes.

Mi primera canción con letra la compuse en quinto grado de primaria. Tenía 10 años. Estábamos en clase de arte y la miss dijo que formáramos grupos para crear una canción. Yo andaba metido en la historia de los orígenes del rock and roll, viendo revistas, libros y documentales. Los años 50 me fascinaban por la enorme cantidad de rocanroleros, como Little Richard, Bill Haley, Jerry Lee Lewis, Chuck Berry o Elvis. Obviamente, mi primera canción escrita fue un rock and roll que titulé Alegre.

Todavía me acuerdo del coro, que decía: “En la alegría existe amistad y en la amistad existe compañía”. Ya más grande –con Arena Hash y como solista– pude experimentar esa magia comunicativa que se produce al mezclar letras con música.

Eso me llevó a formar parte de la vida de millones de personas que, hasta hoy, me cuentan que mis canciones fueron el soundtrack de su primer beso, cortejo, reconciliación, juerga y hasta movimientos peculiares en autos como si fueran ranas. También están los que me cuentan que alguna canción mía los acompañó en el desamor, la pérdida, la infidelidad o durante lo terrible que fue dejar su país por la crisis.

Al final, las canciones dejan de ser mías para ser de la gente y eso me conmueve y demuestra el impacto enorme que puede generar una frase en una persona. Y si bien ninguna de mis canciones es autobiográfica –salvo Talkshow–, creo que cada una de ellas ha reflejado una etapa, no solo mía, sino también de nuestro país. Siempre me ha gustado cantarle abiertamente al amor, al sexo (por un buen tiempo), a la belleza, al placer y a Dios. Creo que ese estilo desinhibido me ha hecho cómplice de la gente por años.

Vivimos tiempos en los que una palabra de más o de menos, bien o mal entendida, puede hacer la diferencia, generar polémica o cambiar cosas. Y yo no le tengo miedo a los cambios y vaya que la vida me ha dado cambios. Sobre todo físicamente.

Por eso esta semana, revisando mis canciones para el primer musical que dirigiré, tomé una decisión que a muchos les habrá parecido una locura: decidí cambiar una frase de una de mis canciones más emblemáticas, Los globos del cielo. Lo hice porque creo que todas las personas podemos ayudar a que se entienda de una buena vez que el sexo sin consentimiento expreso de la otra parte es violación. No me siento cómodo imaginando chibolos malinterpretando esa estrofa sin ser conscientes de que el que no haya impedimento no es lo mismo que tener consentimiento. Por eso debo afinar más la línea: “Y veo que mi intento no tiene impedimento”.

Que se entienda que quien calla no otorga. Quiero ayudar a reducir esos números feminicidas de horror que nos acompañan todos los días en las noticias.

En Estados Unidos, Canadá y el Reino Unido las leyes señalan que si no hay consenso, hay violación. En el Perú, el año pasado se hizo una modificación importante del artículo 170, que reconoce que se debe considerar violación sexual cuando existe la falta de libre consentimiento, no solo cuando haya violencia o grave amenaza. Tenemos que dejar bien claro el asunto: no es no y si no hay un sí claro y explícito, entonces sigue siendo no. Así tengamos que reescribir leyes o canciones. Eso nos hará reescribir la historia. //

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