Renato Cisneros

Hace unos días, en Burgos, durante su presentación en el festival Sonorama, la cantante española se quitó el corpiño y mostró las tetas al público. Lo hizo mientras lanzaba una arenga reivindicando libertades que hoy muchos españoles, y sobre todo españolas, sienten amenazadas ante el beligerante discurso censor de políticos de ultraderecha. Las reacciones al gesto de la artista han devuelto la certeza de que, pese al avance de la concientización feminista, el machismo más agresivo no ha retrocedido un ápice.

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Pasó algo similar en 2019 con Mon Laferte, la cantante chilena que desnudó su torso durante la alfombra roja de los Grammy Latinos para protestar contra la violencia de la policía de su país. Laferte, además, llevaba una frase escrita sobre el pecho: «En Chile torturan, matan y violan». En las redes, los ultras no toleraron su intrepidez.

Esta semana, la actriz peruana Jely Reátegui compartió en su cuenta de Instagram una foto donde aparecía en la fiesta por los quince años de la productora Tondero. Lo peculiar es que el vestido que llevaba transparentaba sus pechos. Muchos de sus seguidores apoyaron la imagen, pero a cambio Jely tuvo que soportar cientos de críticas encarnizadas de gente que —cuesta hasta escribirlo— se indignaba porque se le veían los pezones.

Hace siete años, en Argentina, en una playa de la localidad de Necochea, tres mujeres fueron intervenidas policialmente y expulsadas por quitarse la parte superior del bikini. Veinte agentes uniformados y seis patrulleros —es decir, un patrullero por teta— fueron movilizados para retirar a las tres jóvenes, que se quejaban del atropello, seguras de no estar cometiendo ninguna ilegalidad. Uno de los desconcertados ‘tetofóbicos’ (un gordo furioso, dueño de unas ubres ampulosas) alcanzó a proferirle a una de las requisitoriadas: «¡La ley es la ley, vos no podés venir a exhibirte aquí, tomátela!». Horas después, sin embargo, un juez archivaría la denuncia señalando que «el toples no encuadra dentro de ninguna figura legal sancionable». ¿Qué pasaría si la escena se produjese hoy en una playa del litoral peruano?, ¿alguien duda de que las reacciones serían idénticas?

Creo que toda sociedad haría bien en intentar responder algunas preguntas de fondo: ¿por qué validamos cierta desnudez y condenamos otra?; ¿por qué un hombre puede andar sin camiseta por la arena y una mujer no?; ¿por qué nos cuesta entender que la «indecencia» no está en la teta mirada, sino, muy probablemente, en el ojo que la mira?; ¿por qué si todos —salvo los retrógradas incurables— vemos natural que una madre amamante a su bebe en público, o que una mujer indígena aparezca semidesnuda en una revista («National Geographic» muestra pechos desde 1896), y celebramos el desnudo artístico —y, calladitos, hasta el pornográfico—, si ocurre todo eso, ¿por qué algunos se vuelven ridículamente dictaminadores ante un toples y discuten el derecho de las mujeres a vestirse (o desvestirse) como mejor les parezca sin por eso sentirse agredidas ni agresoras?

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«¡Mis hijos están de por medio!», arguyen a veces los pudendos enemigos de la teta, como si los niños reaccionaran ante un seno descubierto con la malicia o el morbo de un adulto. Por cierto, ¿en qué momento de la infancia (¿o fue en la adolescencia?) aprendimos que, a diferencia del masculino, el pezón femenino debe ocultarse a la vista?, ¿en qué momento la exposición de ese pecho pasó a llamarse exhibicionismo?

Lo único que este arcaico rasgado de vestiduras consigue confirmar es el tremendo poder político y social que tienen un par de tetas militantes. En su estupenda canción «Ay, mamá», Rigoberta Bandini se pregunta: «No sé por qué dan tanto miedo nuestras tetas», y casi provoca contestarle: porque son elocuentes, porque son explícitas, porque son directas, porque están llenas de vida y esa cualidad las vuelve increíblemente transgresoras en un mundo que reacciona ante la vitalidad con desconfianza.

¿Qué podemos hacer en estas circunstancias los hombres destetados que promovemos la libertad? Muy simple: respaldar, defender y aplaudir. Esa es nuestra tarea. En otras palabras: sacar pecho por las mujeres que se atreven a ponerlo. //


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