“A Francis Scott Fitzgerald le gustaba relajarse en la apacible Riviera francesa, a medio camino entre Marsella y la frontera italiana”.
“A Francis Scott Fitzgerald le gustaba relajarse en la apacible Riviera francesa, a medio camino entre Marsella y la frontera italiana”.
Renato Cisneros

Los escritores viven buena o malamente asociados al invierno, la lluvia, el cigarro, el café, los abrigos, las tardes grises, las noches largas. Esa caricatura se ha fijado tanto en el imaginario popular que categorías como calor, verano, playa o arena suenan, en primera instancia, ajenas a lo literario. Nadie duda de que los escritores sean vampiros, criaturas principalmente nocturnas, pero eso no los inhibe de usar traje de baño de vez en cuando.

De niño, Henry James recorría con su padre las playas de Boulogne, y de mayor veraneaba en Camber Sands, Gran Bretaña, en una residencia llamada Lamb House, desde donde el autor de «Retrato de una dama» salía frecuentemente de excursión en bicicleta con rumbo a la cercana playa de Winchelsea.

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A Francis Scott Fitzgerald le gustaba relajarse en la apacible Riviera Francesa, a medio camino entre Marsella y la frontera italiana, en un gran hotel de color rosado, rodeado de palmeras, ante el cual se extendía «una playa corta y deslumbrante».

Bad Wörishofen es una localidad germana frente al mar, ubicada entre Múnich y Memmingen. Allí pasó una temporada la escritora neozelandesa Katherine Mansfield, aunque no para disfrutar del clima. Un mes antes se había casado con su profesor de canto, al que abandonó la misma noche de la boda para fugarse con un violinista. Mansfield se refugió en Bad Wörishofen, donde tuvo un aborto accidental, experiencia que acabaría contando en «El balneario alemán».

Tennessee Williams se estableció bajo el cielo tropical de Key West, el último cayo de Florida, donde también recaló Hemingway, un veraniego a ultranza, de cuyo paso por balnearios como Cojimar en Cuba, Conil de la Frontera en España o Cabo Blanco hay larga documentación.

A Kafka, en cambio, cuesta imaginarlo tomando baños de sol; sin embargo, lo hizo, contento o más bien esperanzado, al lado de Felice Bauer, la primera de sus novias oficiales, cuando ambos intentaban retomar su relación. Pasaron juntos tres semanas, del 3 al 13 de julio de 1916, en el hotel Balmoral del balneario checo de Marienbad (que luego también seduciría a Stefan Zweig), lugar que Kafka definió como un lugar «cuya belleza se acrecienta con el silencio y el vacío».

Las vacaciones de la familia Flaubert transcurrían en la Normandía: a veces en el pueblo de Pont-l’Évêque, retratado por Gustave en «Un corazón sencillo»; y otras veces en una localidad vecina, Trouville-su-Mer. Fue en el paseo marítimo de Trouville, en el verano de 1836, cuando Flaubert, con catorce años, conoció y se enamoró de Elise Schlesinger, mujer doce años mayor, casada con un editor musical, que acabaría sus días en un sanatorio. Ella inspiraría luego a Madame Arnoux, el personaje de «La educación sentimental».

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Las fotos de Virginia Woolf jugando en las arenas de Studland Bay, en Dorset, son tan fascinantes como las de Agatha Christie surfeando en las Islas Canarias, las de Jack London ejecutando piruetas en Waikiki, o las de George Bernard Shaw corriendo pechito, a los setentaicinco años, en los tumbos sudafricanos de Muizenberg.

En cambio, son especialmente inquietantes las anotaciones de Alejandra Pizarnik acerca de sus paseos en una playa a tres kilómetros de Saint Tropez, en agosto de 1962. «Siento un dolor agudo cuando me baño en el mar, sufriendo bajo los rayos del sol, sintiendo con todas mis fuerzas que no puedo vivir, que estoy tensa y desecha, un despojo humano, depresiva ni siquiera maniática, pero inapta para todo». En uno de esos paseos se cruzó una vez con Marguerite Duras, cuyos comentarios triviales y relajados enervaban aún más a la poeta argentina.

La playa también ha sido escenario escogido por escritores peruanos. Hay fotografías de Vallejo paseando en las arenas de Barranco (eso sí, vestido como para un recital, con el pantalón apenas remangado). De otro lado son numerosas las referencias a La Punta, Agua Dulce y La Herradura en los poemas de Luis Hernández. Por no mencionar Puerto Supe, la playa de Barranca, donde veranearon Salazar Bondy y Emilio Adolfo Westphalen, pero especialmente la gran Blanca Varela, que le dedicó un poema inolvidable cuyos últimos versos cantan: «Aquí en la costa tengo raíces, manos imperfectas, un lecho ardiente, en donde lloro a solas». //

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