Renato Cisneros

Hay formas imaginativas de superar un piquete en la carretera. Así lo demostró el mes pasado el cantautor peruano Pepe Alva, rockero de larga data, muy conectado a los ritmos andinos, cuya visibilidad alcanzó un pico notable en 2001 tras versionar “La Matarina”, ese himno popular del siglo anterior que se hizo conocido en la voz del recordado Indio Mayta.

Alva, nacido en Estados Unidos, residente en Argentina, creció en el Perú, y se encontraba de visita en nuestro país realizando una gira, cuando se desencadenaron las recientes protestas en todo el ámbito nacional. El 16 de enero, siguiendo los pronósticos extrañamente optimistas de la Sutrán (la Senamhi de las pistas), decidió manejar hasta Trujillo, la ciudad de su infancia y adolescencia. La comitiva familiar, a bordo de un Nissan azul comprimido como un escarabajo, la integraban su esposa, sus hijas gemelas de once años, su madre y Sarmiento, su perro de raza griega y paladar chusco.

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Alva sabía que podía cruzarse con turbas de manifestantes, pero confió en su buena estrella; días antes había logrado eludir protestas en Arequipa y en Cusco, y pensó que tendría la misma suerte en su incursión al norte. Ya a la altura de Chimbote notó presencia policial y militar, pero continuó su marcha hasta la provincia de Virú. Fue allí donde el asunto se complicó. Unos agentes lo ayudaron a superar un primer bloqueo, pero más adelante se topó con un recio cordón humano de hombres y mujeres que ocupaba toda la vía. El músico les pidió encarecidamente que lo dejaran pasar, pero los pobladores se negaron una y otra vez. No se conmovieron ante la presencia de las niñas, ni ante las lágrimas de la abuela, mucho menos ante las urgencias de Sarmiento. «¡Si no hay trabajo para uno, no hay trabajo para nadie!», vociferó alguien. Un segundo personaje amenazó a Alva con prenderle fuego a su auto si no obedecía. A ambos lados de la carretera, los extensos arenales del asentamiento Valle de Dios subrayaban la sensación de aislamiento. Los ocupantes de los demás vehículos parecían rendidos a su suerte, a la espera de una tregua o de un milagro.

La agonía duró cuarentaiocho horas. Al amanecer del tercer día llegó un solitario reportero de radio Ke Buena para cubrir los incidentes. Fue él quien reconoció al cantautor y empezó a esparcir el rumor de su presencia. «¡Aquí está el artista trujillano Pepe Alva, el cantante de ‘La Matarina’!», transmitió el periodista al aire. Con una mezcla de vergüenza y asombro, el músico vio cómo algunos de los manifestantes empezaban a observarlo con curiosidad al otro lado del vidrio. Uno de ellos exigió a viva voz: «¡Que cante si quiere pasar!». Alva no podía creer lo que estaba sucediendo. Cuando el reportero le acercó el micrófono, empezó tímidamente a canturrear las primeras coplas de “La Matarina”. Desde el piquete, una mujer de gesto intransigente, ordenó: «¡así no!, ¡que se baje!». El resto la secundó: «¡que se baje, que se baje!». Alva volteó para consultarle a su familia si debía hacer caso al pedido general. Todos estuvieron de acuerdo, hasta Sarmiento, que empezó a ladrar de nervios o cansancio. Entonces al experimentado cantante –que a lo largo de su carrera ha alternado con figuras como Charly García, Martha Sánchez o Nito Mestre, que ha trabajado para la Warner y lanzado videos en MTV– no le quedó más que descender y cantar el estribillo solicitado: Matarina, Matarina, Matarina de algodón; si no lloran tus ojitos, llorará tu corazón. Los manifestantes, algunos con el rostro cubierto con camisetas, se pusieron a aplaudir con efusividad.

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El improvisado concierto, sin embargo, debió interrumpirse súbitamente cuando Alva se puso a toser como tuberculoso luego de aspirar una bocanada del humo negro que emanaba de las no pocas llantas incendiadas alrededor. Uno de los jefes del piquete se compadeció del artista y dictaminó: «¡ya, ya, déjenlo pasar!». El buen Pepe subió al Nissan como pudo y pisó el acelerador rumbo a Trujillo, quizá pensando en las imprevisibles bondades del arte, en las profundas contradicciones del Perú, o tan solo en el bendito día en que se le ocurrió grabar la canción del Indio Mayta. //

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