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Fernando Vivas


Para disipar los gases tóxicos y la humareda que impide distinguir a adversario, el Congreso tiene un tubo de escape. No uno de esos zafados que se arrastran por las pistas sacando chispas, sino uno firme que pueda procesar hasta la suspensión por 120 días de un expresidente del Congreso, , peleado a muerte con el fujimorismo.

El Congreso necesita, para no asfixiarse, una que siga recibiendo casos como el de Salaverry y pueda recomendar que el pleno envíe a su casa por segunda vez a Yesenia Ponce. Ahora bien, Ética lleva dos riesgos intrínsecos –blindar a zamarros y ajustar cuentas entre ellos– que se exacerbaron al ser Fuerza Popular y aliados mayoría absoluta. En Fuerza Popular había demasiados excesos por apañar y demasiadas venganzas por ejecutar.

No había que inventar casos. El excesivo reglamentarismo ha generado obligaciones y faltas donde no tendría que haberlas y, ¡zas!, cualquiera encuentra un motivo para armar una denuncia y plantearla a la comisión. Un ejemplo: no es requisito tener grado académico para postular al Congreso, pero hay que llenar papeles donde se pide consignar esos datos. Algunos 'otorongos' ceden a la tentación de jactarse de los títulos que no tienen bajo riesgo de incurrir en el delito de falsedad genérica y nos llenamos de falsas hojas de vida y relatos de fantasmas.

Pastor sin ovejas
La pecata minuta y la vendeta atiborraron a la comisión que presidió el pastor evangélico al inicio de este Congreso, dificultando procesar casos de fondo y gravedad. Otro político más ducho hubiera visto en el cargo la ocasión para cobrar fama de firmeza y trascender a FP, pero Gonzales sucumbió al caos. En lugar de quedar él con perfil de renunciante por honor, dejó que FP cediera su puesto en señal de fair play. Pero ojo que FP no cedió –suicida no es– la mayoría.

Gonzales fue una suerte de ‘víctima’ de un prejuicio a su favor: ser religioso es ser honrado. Para entender esto, hay que conocer el caso de otro pastor, , durante el quinquenio de Humala. Lay es líder del primer partido de raíces confesionales evangélicas, Restauración Nacional, y ganó buena reputación cuando presidió la Comisión de Ética. La común asociación de religiosidad con moralidad lo benefició al punto que, tras renunciar en el 2014, una nueva correlación de fuerzas lo volvió a elegir en el cargo.

Pero Lay había tenido dos iniciativas. Primero, renunció a la caótica bancada de Alianza por el Gran Cambio, el ‘sancochado’ que PPK había llevado al Congreso del 2011, y pasó a la bancada de Unión Regional, con disidentes del toledismo. A pesar de eso, se mantuvo a la cabeza de Ética, lo que confirmó que la valoraba más que a su malaguosa bancada. Luego, renunció a la propia comisión para desmontar el blindaje que el nacionalismo quiso hacer a su correligionaria Cenaida Uribe. O sea, hay que saber aferrarse a Ética y hay que saber dejarla cuando llega el caso.

Cuando el fujimorismo decidió ceder la cabeza de Ética, la junta de portavoces acordó que la tomaran los ppkausas. El portavoz, Gilbert Violeta, planteó a su grupo que fuera la elegida y ella aceptó. Janet no era integrante de la comisión pero sí conocía a Violeta desde la fundación del ppkausismo.

Mejor que una bancada
Conversé con Janet Sánchez para este artículo y confirmé que sí tenía claro los límites y posibilidades de la comisión. Y conocía el caso de Lay. Para empezar, crió fama de intransigente dentro de su propia bancada e intentó dosificar la agenda que la mayoría fujimorista ponía sobre la mesa. Mientras la atención se concentró en la Subcomisión de Acusaciones Constitucionales que veía los casos de Los Cuellos Blancos del Puerto, Sánchez se cuidó de lo que ella llama “colegas que quieren que la comisión sea una herramienta de venganza”.

El caso de Daniel Salaverry también nació del reglamentarismo, pues se le acusó de presentar reportes de representación falsos (él se defendió alegando que lo hizo un subalterno a quien despidió inmediatamente); pero fue la prueba de fuego para Sánchez pues confluyó con la segunda cuestión de confianza presentada durante el gobierno de Vizcarra.

Salaverry era un aliado pasajero del gobierno y FP quería debilitar, sino frustrar, la cuestión de Del Solar defenestrando al entonces presidente del Congreso. Su bancada y Del Solar la presionaron –lo contó en “Panorama”– para que postergue el debate del caso Salaverry, y ella tuiteó que recomendaba que lo mejor era posponerlo.

Pues resulta que Sánchez no se desvivió por postergar el debate y este igual ocurrió. Luego se frustró su votación en el pleno, pero ella no pudo evitar que en la siguiente reunión de bancada en Palacio, Del Solar, sutilmente, le recriminara no haber podido o bregado por posponer el debate dentro de la comisión. Y, ¡zas! la ley de Ética se cumplió. Renunció a la bancada, apoyó la candidatura de Pedro Olaechea y la mayoría fujimorista la ha confirmado en la presidencia.

Sánchez no admite que no fue una negociación para aferrarse al cargo y prefiere citar el reglamento de la comisión que busca la estabilidad de su cabeza por sobre los vaivenes congresales. Pero queda claro que prefirió a Ética que a su bancada, y hasta fue infidente respecto al primer ministro Del Solar. Si fue capaz de hacer eso, también será capaz de renunciar a la comisión, como lo hizo Lay, si la mayoría pretende empujarla a un blindaje o a una venganza extrema. FP está avisada.

El descalabro de las bancadas y de congresistas como Roberto Vieira –sus alegatos de defensa tuvieron cualidad de talk show efectista– fortalecen a la comisión. Es más fácil encontrar en ella, que en el calor de un pleno o del debate de un dictamen de Constitución, el pequeño relato de severidad y templanza que permitirá más tarde alentar una carrera política fuera del Congreso.