(Foto: El Comercio/ Mario Mejía)
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Cecilia Valenzuela

Cuando Justiniano Apaza dijo: “Hay que poner restricciones” al ingreso de venezolanos, porque “están quitando el trabajo a los jóvenes”, el congresista del Frente Amplio no estaba pensando en la juventud peruana desempleada. Si la falta de empleo le preocupara, Apaza no se opondría a cuanta inversión de gran envergadura se propone en el Perú. El legislador de origen maoísta detesta que nuestro país reciba a ciudadanos venezolanos que huyen de una dictadura de izquierda como la de , un régimen abusivo e inepto que retrata al socialismo del siglo XXI.

Pero cuando en la misma semana que Apaza incita a la enemistad entre jóvenes peruanos y venezolanos que llegan al Perú, sostiene que “es linda Venezuela y su lucha indesmayable contra el imperialismo; es hermosa la lucha que libra Lula en Brasil”, se nota la mano de un operador ordenando hacer control de daños.

Es evidente que el sonsonete que hemos escuchado en los últimos días obedece a una orden emitida desde el Foro de Sao Paulo, aterrado por el desamparo político al que los compañeros miembros de esa organización sucumbirán si la dictadura venezolana se derrumba y Lula da Silva, el candidato del PT, va a dar a la cárcel.

Las elecciones arbitrarias y fraudulentas recientemente convocadas por Maduro han merecido el rechazo del Grupo de Lima, de la Unión Europea y de la OEA, así como la sincronizada defensa de los dirigentes de la izquierda en el Perú.

Los izquierdistas locales saben que en nuestro país no pueden lavarle la cara a una dictadura que cohíbe libertades y derechos, que priva de alimentos básicos y medicinas a una gran mayoría de venezolanos. Pero hacen el esfuerzo.

Además, Santos se ve retratado en los políticos a los que defiende. “La linda y hermosa” lucha contra el imperialismo yanqui es un cuento. Con Maduro lo une la vena autoritaria que lo llevó a secuestrar y torturar a Petronila Vargas y a sus padres cuando él era rondero. El juicio popular que auspició en el 2005 cobró la vida del agricultor Eliseo Vargas (padre de Petronila) y dejó a esa familia cajamarquina vejada y en el desamparo. Pero su parecido con Lula es tanto o mayor: Santos enfrenta un juicio por corrupción que pronto podría devolverlo a la cárcel. La fiscalía lo acusa de encabezar una red de corrupción que cobró cuantiosos sobornos a cambio de otorgar 12 licitaciones públicas mientras fue gobernador regional de Cajamarca.

Verónika Mendoza ha dicho que en su agrupación están de acuerdo con que los venezolanos vengan al Perú, pero acto seguido marcha junto a Santos, respaldando soslayadamente la estrategia de la izquierda latinoamericana que ha cerrado filas con la corrupción y el autoritarismo de sus líderes.

La xenofobia política que promueve la izquierda peruana en estos días es una forma brutal de discriminación. Es lamentable que hasta el momento las organizaciones que defienden los derechos humanos en nuestro país no se hayan pronunciado condenándola.

La contradicción es una constante entre los marxistas que se han llenado la boca durante años hablando del proletariado internacional, pero que apenas llegan al poder construyen muros y cierran fronteras, como lo hicieron en Berlín y todavía lo siguen haciendo en Cuba.

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