Renzo Giner Vásquez

Luego de tomar una reconfortante taza de cebada tostada junto a nuestro y su familia en , a nuestro equipo le toca partir. Nuestro próximo destino es , donde visitaremos a una compatriota abocada a difundir la historia de uno de los principales símbolos culturales de su ciudad.

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Sin embargo, hoy no hablaremos de ella, al menos no más allá de las pistas que les acabo de dar. Hoy nos toca hablar del camino por el que venimos avanzando.

Un grupo de vicuñas pastando en las alturas de Huancavelica.
Un grupo de vicuñas pastando en las alturas de Huancavelica.
/ HUGO CUROTTO / EL COMERCIO

Luis lleva más de una hora conduciendo por las ya características montañas de la zona cuando una arboleda nos sorprende para guiarnos por un estrecho camino junto al río. Estamos a la altura de Lircay, en pleno corazón del departamento de Huancavelica, recorriendo la ruta 26B.

Junto a nosotros transcurre el río Lircay, un afluente que kilómetros más arriba se unirá con el imponente Urubamba. El camino está repleto de hermosas flores amarillas que, si no me equivoco, serían de retama. La misma planta que en los setenta inspiró al ayacuchano Ricardo Dolorier a componer el conocido huayno del mismo nombre.

Algunas cuantas piscigranjas aparecen salpicadas por el camino. “Si la tranquilidad nació en algún lado parece ser este”, recuerdo pensar mientras Luis permanece atento a la ruta y Hugo busca un punto elevado para poder registrarlo.

La ruta 26B se abre camino entre una arboleda, acompañando al río Lircay.
La ruta 26B se abre camino entre una arboleda, acompañando al río Lircay.
/ HUGO CUROTTO / EL COMERCIO

De repente y sin previo aviso el estrecho camino se convierte en uno serpenteante que asciende por una montaña. Las curvas son extremadamente cerradas, apenas hay un carril para los dos sentidos que por ahí transitan y la velocidad con la que descienden algunos vehículos la convierte en una vía muy peligrosa.

Mientras pienso en eso, la pericia de Luis al volante nos acaba de salvar de chocarnos con una combi que bajaba a toda velocidad. Es inevitable que los tres estemos tensos. En solo minutos, la idílica ruta que nos llevaba a pies de imponentes montañas se convirtió en una fuente de temor por convertirnos en protagonistas de uno más de los acostumbrados accidentes de esta zona.

Este camino se extendería por unas tres horas más, dentro de las que llegaríamos a alcanzar los 4.512 metros sobre el nivel del mar. Afortunadamente no volveríamos a pasar un susto similar en el resto del camino hacia Ayacucho.