El cuento de PPK, por Fernando Vivas
El cuento de PPK, por Fernando Vivas
Fernando Vivas

Si el relato de Keiko es un melodrama, con padre preso y búsqueda de redención del honor familiar; el de Pedro Pablo Kuczynski es una aventura de la tercera edad, el cuento de un espíritu  inquieto que reclama las dosis de travesura y necedad que los políticos no suelen prodigar en su primera adultez.

Ese es el tono, el ‘feeling’ de la narración ppkausa, pero, ¿cuál es el relato expresado en términos dramatúrgicos, o sea, en motivación central del personaje y obstáculos que debe superar? Aquí la cosa se pone más entretenida: el de es el relato de un peruano  que formalmente abjuró de su peruanidad cuando optó por la nacionalidad estadounidense y se le asoció a la defensa de empresas transnacionales, y hoy postula para demostrar, contra todas las apariencias, que es un patriota que quiere culminar su vida ajustando un modelo injusto (para el Perú y para los pobres) al que se consagró profesionalmente.

A su modo, sin el tinte melodramático de Keiko, sino más bien épico pues lo que busca es una hazaña,  el de PPK es  también un cuento de redención. Kuczynski  pretende convencernos de que es un patriota público que defiende los intereses nacionales a pesar de haber sido técnicamente estadounidense y haber trabajado de privatizador para muchas banderas y corporaciones.

En la campaña del 2011, estos motivos centrales del cuento ya aparecían nítidos, pues prometió devolver el pasaporte de EE.UU. y se prodigó en una campaña callejera que tomó como símbolo al muy peruano cuy. Lucía fresco y achorado a su manera. La interacción con ciudadanos que lo tuteaban y  hasta manoseaban (recuerden a la señora que le agarró la bragueta) popularizó, hasta ponerlo al borde de la segunda vuelta, un cuento que empezó con escasa e incrédula intención de voto.

La hazaña fue seguida con la misma simpatía con que se siguen las ocurrencias de los viejos. Ante padres cuadrados e inconsistentes, uno se encariña con el abuelo excéntrico y proactivo. Muchos jóvenes que desconfiaban de los otros candidatos y partidos, se volvieron fans ‘ppkausas’.

En esta campaña el cuento es el mismo, pues PPK no había cancelado hasta el 2015 su nacionalidad estadounidense como prometió (en realidad dijo que iba a ‘devolver el pasaporte’, lo que solo era una parte del proceso). Tuvo que hacerlo públicamente reavivando el motivo patriótico de esta historia. Luego de cumplir lo prometido,  protagonizó gestos calculados e infelices como hinchar a la selección peruana con una camiseta bicolor o presentar a una mascota llamada Perú. Narró su relato apelando a clichés y no a acciones espontáneas.

De alguna manera, ello fue corregido cuando se concentró en ser empático con la gente que se acerca a su paso por calles y mercados. A un impertinente ciudadano que lo trató como extranjero, le dijo, molesto, “yo soy tan peruano como usted”. Un incidente como ese, difundido en los noticieros, vale más que un perro de apodo oportunista.

  Pero la afirmación de la peruanidad, repito, no es la motivación central pues PPK no se muestra dubitativo respecto a ello. Simplemente, tiene que afrontar la controversia que generó su doble nacionalidad.

Él suele ser asertivo en todas sus declaraciones en torno a su identidad. Donde sí ha dudado, cambiado de opinión y refunfuñado  y, por lo tanto, delatado los obstáculos a esa motivación esencial de coronar su vida con la presidencia; es cuando ha enfrentado dilemas entre la política y la economía. Por ejemplo, cuando apoyó la ‘ley pulpín’ porque flexibilizaba rigideces laborales que a él le parecen negativas para la inversión, pensó en el modelo pero no en la política. Luego, tuvo que tragarse sus primeras palabras y plegarse al resto de la oposición que buscaba identificarse con el masivo descontento.

El cuento ahora es menos fresco pero más político que en el 2011.Y el propio PPK no acaba de tragarse ni los consejos de su entorno lleno de actores de carácter, ni todas las demandas de la política. Por eso, se empecinó en llevar de vicepresidenta a Mercedes Aráoz, un obstáculo para esa interacción con diversos semblantes de la peruanidad, sobre la que el propio relato ha creado expectativas.   

En cambio, le va mejor contando el otro trance de su motivación central, la hazaña política del adulto mayor. Ha dicho, en el CADE y en entrevistas, que podría retirarse a ‘recorrer el país en una Harley Davidson’, en lugar de estar en la lid. Prefirió esa salida romántica acuariana a la más ordinaria de ‘irme a jugar con mis nietos’. Aquí sí se atisba, con más nitidez para la lectura popular, el relato del hombre que quiere rizar el rizo de su vida, que quiere completar aquello que en la plenitud de sus facultades, como ministro, ejecutivo, primer ministro o CEO,  no pudo o no osó hacer.

Un gran relato en potencia, que PPK no está contando a cabalidad ni deja que otros lo ayuden a contar. De todos modos, en las próximas semanas, por propia decisión o por presión de la coyuntura, es probable que sus motivos dramáticos centrales brillen con más intensidad.   

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