Diego Arroyo

La convergencia de violencia, corrupción y desigualdad resulta peligrosa para toda democracia contemporánea, pues en este escenario sociopolítico hasta los gobernantes que exudan gotas de autoritarismo se convierten en los “dictadores más ‘cool’ del mundo”.

El presidente de El Salvador, Nayib , quien acuñó aquella frase, es una muestra de esto con su 90% de aprobación, según cifras de Latinobarómetro, debido a su estrategia de control y reducción de la criminalidad; la que, no obstante, ha sido fuertemente criticada por organizaciones internacionales de derechos humanos.

Para el politólogo Luis Guillermo Solis, la apuesta del mandatario salvadoreño por instaurar una cultura de “mano dura” podría “lanzar a América Latina a esquemas autoritarios o dictaduras”. A pesar de los alcances negativos del polémico “plan Bukele”, ministros de Estado, congresistas y alcaldes de nuestro país le han sonreído abiertamente a un posible régimen de excepción en las últimas semanas.

Así como existen políticos que optan por el autoritarismo, también están los ciudadanos de a pie que han interiorizado la peligrosa narrativa de que solo a través de la mano dura se salvará a la nación. De acuerdo con un estudio de Amaya, Espinosa y Vozmediano, la “respuesta autoritaria” emerge de la incapacidad para afrontar contextos de amenaza; por lo que los peruanos seguirían a un líder que transmita seguridad y estabilidad.

A corto plazo, estrategias autoritarias como las que algunos políticos quieren aplicar en nuestro país resultan factibles, puesto que, al igual que en El Salvador, las tasas de homicidios y delincuencia aquí podrían reducir considerablemente. No obstante, a largo plazo, el daño al sistema democrático sería irreparable.

El fin de una democracia se aproxima cuando se normalizan el quebrantamiento del orden constitucional y el irrespeto a los derechos humanos para conseguir un objetivo, ya que se crea una clase política y una ciudadanía que estarían dispuestas a justificar cualquier abuso con tal de conseguir lo que en un momento dado consideran necesario.

Nuestro país está desbordado por la delincuencia, el sicariato y la inseguridad, pero responder a ello con la crueldad, tortura y arbitrariedad del “plan Bukele” implicaría abrir una puerta que en unos años la historia lamentará.

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Diego Arroyo es Estudiante de Periodismo en la Universidad de Piura