Diego Arroyo

Después del de Dina Boluarte, el 80% de desaprobación ciudadana que carga la figura presidencial, lejos de decrecer, probablemente no cambiará de forma considerable, pues la mandataria volvió a fallar en el arte de la política.

El discurso de la presidenta “brilló” por las cifras, resultados y proyectos, mas no consiguió reconciliar a un Perú que todavía sangra, ya que el aspecto técnico absorbió al humano y nuestra patria necesitaba de ambos para imaginar, como dice Jorge Basadre, una promesa de vida peruana.

Esta vez, pidió perdón, pero huyó de la responsabilidad y no llamó a las muertes de las protestas por su verdadero nombre. La teórica política Hannah Arendt sostiene que el perdón permite rehabilitar las relaciones humanas y darle continuidad a la acción, para luego formar un mundo común. Sin embargo, se vuelve difícil disculpar cuando el perdón es superficial.

Pareciera que la mandataria se disculpó, “en nombre del Estado”, por simple estrategia política, porque la opinión pública lo demandaba. No obstante, no asumió la responsabilidad de su gobierno ni mucho menos un costo político por ello. Se trata, entonces, de una retórica vacía, que no conmueve ni empatiza.

En el libro “Impunidad y perdón en la política”, el filósofo Xabier Etxeberria habla de lo que carece el gobierno actual: una política que, sin ignorar un escenario de relaciones de fuerza, asume la responsabilidad por las consecuencias de su aplicación y dentro de un tiempo adecuado, no meses después.

Además de ello, la mala gestión de la crisis del dengue, los nombramientos de personajes ineficientes, las denuncias de corrupción dentro de Essalud y, sobre todo, la acusación de plagio fueron el “elefante en la habitación” del discurso de Boluarte. Del mismo modo, deslindó completamente de un gobierno al que perteneció hasta hace unos meses.

Se puede reconocer, no obstante, que los 180 minutos de Boluarte frente al hemiciclo generarán la confianza que el país también necesita, dado que se habló de inversión, crecimiento y reactivación de la economía. Se trazaron proyecciones y planes valiosos que, sin duda, favorecerán al país si llegan a ejecutarse correctamente.

Sin embargo, hoy Dina Boluarte no podrá irse a dormir pensando que el Perú la quiere y que las marchas en su contra cesarán, puesto que se olvidó de construir legitimidad social por centrarse demasiado en cifras sin corazón.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Diego Arroyo es estudiante de Periodismo en la Universidad de Piura