¿Por qué una encuesta así no ha generado, más allá de unas notables excepciones, mayor comentario y preocupación entre quienes creen en la libertad (y en sus resultados)?
¿Por qué una encuesta así no ha generado, más allá de unas notables excepciones, mayor comentario y preocupación entre quienes creen en la libertad (y en sus resultados)?
Richard Webb

Conversábamos con el chofer que nos llevaba a visitar poblaciones rurales en el distrito minero de la Encañada en Cajamarca.

-¿Las condiciones de vida han mejorado?, preguntamos.

-Sí. Hay trabajo y las minas realizan obras.

-¿Por quién votó la población?

-Por Santos (el candidato antiminero).

-¿Cómo se explica eso?

-Es que los de aquí somos de dos ánimos.

Un tiempo después asistí a la presentación de una estupenda obra titulada “Cuentos feos de la reforma agraria peruana”, del antropólogo Enrique Mayer, una colección de entrevistas a personas afectadas de una o de otra manera por la reforma. Meses antes había leído una primera versión del libro buscando pistas acerca del impacto de la reforma sobre la producción del campo. Mi objetivo era descubrir la realidad de los instrumentos productivos, la tierra, las capacidades humanas y las herramientas de producción. Pero la obra consistía más bien en historias de las experiencias personales y las reacciones emotivas y perceptivas que ellas provocaban. La palabra “cuentos” del título reflejaba acertadamente un estilo narrativo y sugerente, y en especial, un objetivo que buscaba iluminar las subjetividades de cada caso reportado. La única inexactitud fue la palabra “feos” del título porque algunas experiencias habían sido más bien felices.

Fui entonces para escuchar la presentación de la segunda versión del libro, esperando encontrar, de boca del mismo autor, algunas respuestas que se me habían escapado en la primera lectura. En cuanto a economía, seguí decepcionado, pero descubrí algo de mucho más valor –la importancia de tener más de un par de ojos–. Los ojos del antropólogo Mayer descubren una realidad subjetiva de emociones, mitos, recuerdos e intuiciones que escapa a la visión del economista. ¿Quién podrá decir cuál de esos pares de ojos aportó más para entender el comportamiento humano de nuestra población rural desde los años setenta? Para explicar la dramática historia de nuestras áreas rurales desde la reforma agraria necesitamos las dos miradas, la del economista, más terrenal, y la del antropólogo, menos tangible, cada una con sus correspondientes “ánimos”.

Desde hace un par de décadas, la ciencia económica viene reconociendo la necesidad de ayudarse con la óptica de la psicología, la antropología y otras especialidades entrenadas para captar realidades que escapan a la mirada de los economistas tradicionales. El reconocimiento se hizo particularmente visible cuando un psicólogo, Daniel Kahneman, recibió el Premio Nobel de Economía. Además, el debate económico, trátese de la inflación o el crecimiento, incluye hoy referencias a realidades subjetivas como la confianza, las expectativas y el capital social.

Nunca antes se había puesto tanta atención a la realidad subjetiva de la gente. Las opiniones, creencias y preferencias antes escondidas en las personas se expresan hoy hasta agresivamente ante el resto de la sociedad. En esto colaboran las encuestas de opinión, las marchas, las redes sociales, los nuevos derechos a la consulta y la masificación de las noticias. La retroalimentación e interactividad están a la orden del día, en la economía, en la política, y en casi todo aspecto de la vida social. Con tanta facilidad para la expresión, me atrevo a pronosticar un futuro de cada día más ánimos.