Enrique Planas

Un día como cualquiera, en la hora punta permanente de la salida de Barranco hacia Miraflores. Es el embudo cotidiano: dos camiones de mudanza cierran el paso y una fila de autos ocupa la vía para ciclistas. Metros más arriba, descubro el sentido del concierto de bocinas: una joven, altanera y erguida, en esos minutos unánimes pisa el pedal de su bicicleta detenida, con su hijo pequeño en el asiento adaptado. Nos enfrenta con la mirada, como pechando las olas desde el lado opuesto, al igual que el hombre fotografiado de pie frente a una columna de tanques durante las protestas de la plaza de Tiananmén de 1989.

Yo la observo sin entender, sintiendo que alguien ha profanado el caos al que me he acostumbrado. ¿Qué le cuesta hacerse a un lado? ¿Por qué no se sube a la acera y nos permite continuar con nuestro propósito? Tras una maniobra para esquivarla, superado el embotellamiento, las preguntas me acompañan hasta la redacción del Diario y las comparto con mis compañeros. Tras pensarlas, todos se manifiestan a favor de la muchacha. Yo, como cualquier conductor indignado, busco nuevos argumentos. Encuentro uno: según el diseño de la en la avenida, esta llevaba el sentido de sur a norte. Mis compañeros cambian de opinión y se ponen de mi lado. La muchacha ha perdido autoridad en su lucha libertaria y yo siento el cómodo respaldo que ofrece un reglamento a tu favor. Pero el editor de Locales, experto en idas y venidas vehiculares, me hace pisar el freno: las ciclovías no funcionan con mi lógica binaria. Los ciclistas suelen ser solidarios, y más con otros ciclistas. Los que van en el sentido correcto en nada les ofende la presencia de los que van en sentido contrario. El contraflujo funciona y resulta más seguro, pues permite ver venir el peligro. Las víctimas de atropellos suelen serlo por la espalda.

La respuesta, entonces, es clara. La muchacha tenía el derecho de pase y yo debo recoger sin chistar mi fariseísmo. Debería escribirlo mil veces: no deberé buscar argumentos con el mero objetivo de justificarme. A rebuscar en las zonas grises de la ley y sus reglamentos aquello que beneficie mis posiciones. La silenciosa protesta de la mujer nos obliga a apearnos de la maquinaria de nuestros privilegios y volver al origen, al sentido común de quien anda y exige derechos que la mayoría olvidamos.

Puede suceder en una esquina de Barranco o en cualquier otro rincón de nuestra realidad. De pronto, una mirada insurrecta nos recuerda el derecho a la equidad en medio del tráfico de nuestros egoísmos. Es la fe solitaria de quien está harto. La persona que espera el tiempo en que a la actual ley del embudo se imponga la ley del equilibrio.

Enrique Planas Redactor de Luces y TV+