Sobre el escritor chileno nacido en Rotterdam Benjamín Labatut, ya he escrito antes en esta columna. Sus muy recomendables libros “Un verdor terrible” y “La piedra de la locura” son crudas indagaciones sobre la difusa frontera entre la genialidad y el desquicio. Hurgando en la historia de grandes intelectuales que colapsaron frente al prodigio de sus propias mentes –Fritz Haber, Grothendieck, Heisenberg o el mismísimo Oppenheimer–, Labatut nos confronta con el peligro de superar los límites sensatos del pensamiento humano.

En “Maniac”, su más reciente obra, reincide en esta obsesión. Es un libro esencialmente dividido en tres partes, sobre tres personajes que sucumbieron por su ambición de clarificar la realidad. Sujetos que entendieron tanto que acabaron perjudicados, como enfrentados a una luz que de mucho iluminar termina reventándonos los ojos. La tercera parte del libro tiene un postulado simple, pero particularmente inquietante: si las inteligencias de tipos como los ya mencionados pudieron abismarse a la locura, ¿podría también una inteligencia artificial volverse demente? ¿Cuáles serían las consecuencias de su desmoronamiento? ¿El delirio la haría más débil? ¿O acaso más fuerte, más peligrosa?

Para desarrollar su teoría, Labatut relata el enfrentamiento entre una inteligencia artificial y el hombre. No un enfrentamiento cualquiera, por cierto, sino en un torneo de Go, el milenario juego chino. La disputa ocurrió en el 2016 entre una máquina llamada AlphaGo y el multicampeón surcoreano Lee Sedol, un jugador de Go de 33 años con el talento impredecible de Lionel Messi y el ego y la autosuficiencia de Cristiano Ronaldo.

No fue una disputa cualquiera, para empezar, porque el Go no es un juego cualquiera: es para muchos una obra de arte que empieza desde el vacío, con el tablero desnudo, y al que se le van sumando fichas blancas y negras por turnos. Aunque a primera vista luzca sencillo, su complejidad es descomunal. Solo para entender su magnitud, basta decir que tras los dos primeros movimientos del ajedrez existen 400 intercambios posibles, mientras que en el Go hay casi 130.000.

Lo fantástico de la prosa de Labatut es que convierte su texto en una pieza de literatura deportiva y a la vez en una distopía de ciencia ficción. Por eso, no hace falta quemar la lectura de “Maniac” y adelantar quién fue el ganador del enfrentamiento entre Lee y AlphaGo. Lo que sí podemos decir es que, por un lado, vemos a un prodigio humano sumido en un derrumbe psicológico atroz; y, por el otro, a una inteligencia artificial de avanzada descalabrándose de una forma inconcebible y alarmante, perdiendo el mínimo atisbo esperable de lógica. Ambos escenarios perturban y horrorizan. Victoria pírrica o derrota humillante, la conclusión es la misma: algo en esta aventura de jugar a ser dioses ya parece irreversible.

Juan Carlos Fangacio Arakaki Subeditor de Luces