Lescano presentará este lunes proyecto de ley antimonopolio
Lescano presentará este lunes proyecto de ley antimonopolio
Carlos Adrianzén

En un mundo paradisíaco, la escasez de bienes y servicios no existe. Nada cuesta. En la realidad, en cambio, la escasez es palmaria. Esta y los precios asociados a ella existen y pueden ser altos o bajos a modo de señales para que decidamos qué producimos, compramos o vendemos.

Si existe libertad, los precios reflejarán la abundancia de los productos. Cuando existe un único yacimiento o un insumo limitante, aparecerán sustitutos. 

Si alternativamente existe un gobierno que nos dirige, los precios reflejarán la arbitrariedad del momento (populismo, demagogia, mercantilismo, etc.). Así, surgirán los monopolios, las colas y las protestas.

Los peruanos de verdad creemos que vivimos en un paraíso. Que somos tan ricos que todo debería sernos muy barato (salvo lo que producimos o vendemos), pero somos pobres.

Hoy, involucrados en un accidentado proceso electoral, la pregunta de fondo cuestiona cuánto Estado necesitamos para mejorar. Los socialistas hablan del tema. Los centristas evitan tratar este asunto, pero plantean igual inflar el aparato estatal.

¿Qué implica más Estado en la economía? Más Estado (o la corrección del supuesto déficit de Estado) es elevar los impuestos, las licencias monopólicas, la discrecionalidad o la deuda estatal. 

Y nuestra historia refleja esto: la inflación continua de los impuestos, las licencias monopólicas, la discrecionalidad y la deuda estatal. Solo las crisis entibian estos procesos, pero, tan pronto como se puede, la inflación de lo estatal regresa.

En esta dirección hemos tenido gobiernos gordos que querían ser más obesos (el régimen de Juan Velasco). El resultado fueron décadas de empobrecimiento y atraso. 

Hemos tenido también gordos a los que les decían flacos (el fujimorato), en que la crisis y un puñado de tecnócratas desinflaron lo estatal, pero solo temporalmente. 

Y tenemos a los peores: gordos que se creen atletas (las administraciones posfujimoristas), incapaces de profundizar la libertad económica, que retrocedieron para combatir el éxito de algunos (la desigualdad). 

La campaña actual está sellada por esta retórica. Más de una activista profesional o un astuto candidato nos ofrece regresar a lo de siempre: al mundo mágico. 

Ya que somos “riquisisísimos”, necesitamos un Estado más fuerte que administre el progreso o que nos oferte servicios públicos y educativos de Primer Mundo para “toditititos”. Bonitas ilusiones electoreras que hemos escuchado muchas otras veces. 

Usted que piensa comprar estas ilusiones, no lo olvide: somos pobres. Engordar lo estatal hoy (dado que ya consume más de un tercio de lo que producimos) implicará –además de frustración– más impuestos, monopolios, arbitrariedad y deuda pública. Es decir, pobreza y atraso.