El año que querrían que olvidemos, por Carlos Adrianzén
El año que querrían que olvidemos, por Carlos Adrianzén
Carlos Adrianzén

El 2014 es un año especial. Pudimos consolidar la figura de una sociedad estable y pujante. Una capaz de resistir empujones de la economía global. Que a la primera de bastos no dejaría de exportar y captar inversiones privadas. Que –aun bajo la gestión de un candidato percibido como afín al chavismo– no desaprovechaba oportunidades, ordenaba su servicio público, sus tributos, no manipulaba el dólar local, respetaba institucionalidades y no trababa inversiones. Pudimos haber sido esa sociedad, pero no sucedió así porque elegimos o toleramos liderazgos descompuestos, con propuestas poco sólidas.

El 2014 se presenta como un tropiezo. Un año al que se quiere borrar antes de que acabe. De hecho, no hay interrogante periodística sobre cómo vendrían las cifras del último trimestre que no reciba como respuesta oficial alguna visión rosa del 2015 (tal como a fines del 2013 se proyectaba el primer semestre de este año).

¿Qué pasó realmente? ¿Qué quiere el gobierno que no enfoquemos? Tratar de responder estas interrogantes puede arrojar lecciones dulces y amargas. Dulces, porque nos ubicarán respecto a lo que hoy podemos hacer para mejorar. Y amargas, porque descubrirán los errores que sellan el manejo económico reciente.

Hay que reconocer que el 2014 no comenzó el 1 de enero. Este año se comprende mejor en una carrera de equivocaciones iniciada a partir del 28 de julio del 2011. Los elegidos en el 2011 no entendieron lo básico. Ni que el dogma de crecimiento con equidad solo significaba menos crecimiento y más pobres (de los que pudimos haber tenido). Ni que casi todo dependía de expandir el círculo virtuoso entre exportaciones e inversión privada. Y que para ello había que implementar con fuerza reformas institucionales de libre mercado, pero sus funcionarios repetían que todo estaba bajo control. Que solo había que flotar (los precios de exportación nunca irían a caer) y que frente a cualquier eventualidad (como la del 2008) bastaría con compensar la caída de las exportaciones con gasto fiscal o créditos. Lamentablemente, desde que llegaron, solo les fue bien recaudando impuestos; mientras la inversión privada y las exportaciones se comprimían simultáneamente. 

Pese a que los precios de exportación promedio se ubicaron por encima de los promedios recibidos, los siete puntos de menor crecimiento con los que cerraríamos el año reflejan las innumerables trabas, la corrupción, el dólar administrado, la rigidez laboral y la deprimente calidad de nuestros servicios públicos. Esto –que grafica su incapacidad de no hacer nada relevante en estos planos– es lo que el gobierno no desea que enfoquemos. Y es justo el núcleo de esta conversación. 

Enfrentar esto, y sobre todo no tolerarlo, puede ser el gran primer paso hacia un Perú muy, pero muy, diferente.