Keiko Fujimori
Keiko Fujimori
Editorial El Comercio

Hace dos días, en la víspera de la audiencia en la que debía resolverse el pedido de prisión preventiva para ella y 11 investigados más solicitado por el Ministerio Público, se presentó ante la prensa para difundir una propuesta.

Después de una breve referencia a la dureza de su recientemente vivida detención preliminar, la líder de afirmó que la experiencia le había servido sin embargo para ver que tenía que ser ella la primera en promover un verdadero reencuentro entre todos los sectores políticos y todos los peruanos. “No sigamos buscando la culpa en los demás, miremos hacia adelante y preguntémonos qué podemos hacer mejor”, sentenció. Para luego añadir: “Terminemos esta guerra política, reconociendo que todos hemos sido parte de ella”.

Dijo también que, a fin de contribuir con ese objetivo, FP realizaría cambios en diferentes niveles y que invocaba al presidente Vizcarra, a las fuerzas políticas y a la sociedad en general a construir juntos una agenda de reencuentro nacional que priorizase las coincidencias sobre las diferencias.

En suma, un discurso bastante similar al que había modulado en los días previos en entrevistas con distintos medios, aunque un poco menos tímido en la autocrítica y con la ya mencionada invocación como remate.

En términos generales, no obstante, corresponde reiterar aquí lo expresado con ocasión de sus anteriores pronunciamientos: que el espíritu de enmienda es siempre una noticia a saludar y que al país le hace falta, en efecto, un cambio de actitud que le permita enfilar de nuevo por la senda del crecimiento económico y la adopción de reformas cuya necesidad se ha hecho perentoria.

Al mismo tiempo, sin embargo, es imposible ignorar los problemas de verosimilitud de los que el mensaje de la señora Fujimori adolece. No se trata, en efecto, de la primera vez que ella sugiere una transformación en la relación de su partido –y su mayoría en el Congreso– con el gobierno. Y, como se recuerda, en las veces anteriores, el edificante propósito duró poco y los tonos del enfrentamiento acabaron conociendo nuevos decibeles.

¿Por qué habrían de ser, en consecuencia, las cosas en esta oportunidad distintas? Particularmente, si la invocación viene precedida de decisiones que la contradicen, como la contratación –finalmente abortada– del cuestionado Walter Jibaja como asesor de la bancada de FP en la Comisión de Defensa (funcionario que había sido separado hace poco de su cargo como jefe de seguridad del Congreso por su actitud hostil hacia los representantes de otras opciones políticas)… ¿De qué cambio nos hablan entonces?

La verdad es que, para ser creíble, el planteamiento de la líder del requeriría de gestos políticos que lo acompañen, más allá del de no plegarse al pedido de censura al presidente del Consejo de Ministros (promovido en estos días por la célula parlamentaria aprista) y que apunten a la consecución del objetivo que ella dice perseguir en este nuevo contexto. Elementos de convicción, ni más ni menos, que despejen la razonable duda sobre la seriedad de sus intenciones y el temor de que todo no sea sino un discurso dictado por la situación adversa en la que se encuentra.

Ahora que, gracias a la divulgación de los diálogos entre ella y su círculo de congresistas y colaboradores más cercanos en el grupo de Telegram autodenominado La Botica, ya no cabe duda de la protección que FP decidió desplegar en torno a Pedro Chávarry, podrían, por ejemplo, adoptar una conducta distinta cuando las denuncias que el titular de la Fiscalía de la Nación tiene todavía pendientes sean analizadas y votadas en comisiones y en el pleno del Congreso.

Solo con gestos de esa envergadura, creemos, la mayoría ciudadana que hoy desconfía de la palabra de la ex candidata presidencial de FP estaría dispuesta a extenderle nuevamente cierta credibilidad y a prestar oídos a una invocación que, por el momento, parece un gasto retórico no enderezado a destino alguno.