“La economía está integrada al mundo y tiene acceso preferencial a la mayoría de los mercados mundiales”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
“La economía está integrada al mundo y tiene acceso preferencial a la mayoría de los mercados mundiales”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
Roberto Abusada Salah

Confrontación estéril entre los poderes del , desatención a los acuciantes problemas que sufre la ciudadanía y una que languidece. Estos son los tres principales males que aquejan a la nación hoy en día.

Determinando estos problemas, subyacen muchos otros: el ruido político, las deficiencias gerenciales de muchos de los miembros del Gabinete y los incentivos perversos que impiden que la burocracia estatal actúe diligentemente, sea por desidia o por temor. Y, lo que es más grave, está también la pérdida del control del territorio que deriva de la ausencia del Estado. Sobre esto último, persiste una flagrante abdicación de los entes rectores del (por ejemplo, ministerios y otras agencias del gobierno central) en la tarea de hacer cumplir las leyes que rigen la descentralización del país. Esto ha acrecentado la corrupción y ha minado el Estado de derecho, destruyendo asimismo el carácter unitario de la nación.

El Perú de hoy cuenta con un conjunto de gobernadores regionales –muchos adherentes a ideologías trasnochadas– que usurpan el poder decidiendo sobre temas ajenos a su competencia, como los referidos a los recursos del subsuelo o el agua. Incluso, se ha llegado al extremo de permitir que un gobernador tenga decisión gravitante sobre la política exterior respecto de Bolivia y que lo haga, además, con la silenciosa anuencia de la cancillería.

Todo esto ha creado un terreno fértil para subvertir el régimen económico y propagar la idea de que los legítimos reclamos de la sociedad por tener más seguridad, mejores servicios de salud y educación, mejores caminos y más igualdad de oportunidades, son causados por “el modelo económico”. La prédica de la izquierda conservadora (distinta a la izquierda moderna) es harto conocida: “Exigimos un cambio radical del modelo neoliberal extractivista primario-exportador que precariza el trabajo, concentra la riqueza, depreda el medio ambiente y pone al Estado al servicio de los ricos y el capital transnacional”. Una prédica idéntica a la de aquellos que llevaron a la ruina a Venezuela y que tiene convencidos a varios gobernadores regionales en el país.

En un reciente artículo publicado en “The New York Times” escrito a raíz de la muerte de la chilena Marta Harnecker, la ideóloga del chavismo, Jorge Castañeda, el ex canciller mexicano y ex miembro del Partido Comunista de su país, define a cabalidad a la izquierda que yo llamo conservadora como: “autoritaria, estatista, nacionalista y antiimperialista, con cierta predilección por la lucha armada y totalmente subordinada a La Habana. Nunca pasó por el proceso de modernización que tuvo la izquierda europea o incluso una parte de la izquierda latinoamericana” (véase el artículo completo en español publicado por El Comercio el 27 de junio).

Con muchas y evidentes imperfecciones, el esquema económico peruano ha traído progreso y bienestar en todos los países modernos del mundo. Sus pilares fundamentales son la prudencia fiscal y la estabilidad de la moneda a cargo de un banco central independiente y competente. La creación de la riqueza es producida por el sector privado y, solo subsidiariamente, por el Estado. Para atraer el ahorro externo el capital extranjero se rige por las mismas reglas que el nacional. La economía está integrada al mundo y tiene acceso preferencial a la mayoría de los mercados mundiales. El sistema impositivo es simple y está apoyado fundamentalmente en el IGV, y en el Impuesto a la Renta de empresas y personas. Finalmente, existen organismos independientes dedicados a regular la competencia, el monopolio natural, las fusiones, e impedir el abuso de cualquier empresa con posición dominante en el mercado.

No existe persona sensata que cuestione la validez de estos pilares. Ellos son los que, mal que bien, han sustentado el progreso del Perú por más de un cuarto de siglo sacando de la pobreza a casi diez millones de peruanos y reduciendo la desigualdad. Sin embargo, es en circunstancias como las actuales, en las que el Estado parece haber dado un paso al costado a la hora de remediar los problemas más importantes que aquejan a la población, en las que se siembra la semilla del descontento y la desafección que saben aprovechar los adeptos a ideologías fracasadas; a los que creen poseer ‘el monopolio del corazón’ en defensa de los pobres, o simplemente a los más abyectos demagogos de extrema izquierda o extrema derecha.

En el 2017, el año en el que la pobreza volvió a crecer por primera vez, el Perú creció solo un 2,5%. Este año avanzamos también a un paso inaceptablemente lento. Las proyecciones de para el mes de mayo muestran que, en los cinco primeros meses de este año, la economía creció a un ritmo anual de 1,7%. Así, alcanzar el 3,4% que prevé el BCR requeriría de un golpe de timón espectacular. Desatender el crecimiento hoy es jugar peligrosamente con el futuro de la nación.