"La utopía de fracasar" por Renato Cisneros
"La utopía de fracasar" por Renato Cisneros
Renato Cisneros

Estaba seguro de haber aterrizado esa tarde en Bogotá. Sin embargo, todo a mi alrededor resultaba tan súbitamente peruano que tuve serias dudas de en dónde me encontraba. El nombre del restaurante al que me habían invitado era Nazca; la bebida dulce y tramposa que me dieron de cortesía era pisco sour; la música de fondo era El cóndor pasa; y, para colmo el hombre que presentaba un libro allá adelante, aun cuando hablaba con dejo caribeño y abordaba asuntos que concernían a su país, parecía estar hablando del mío. Se llamaba Enrique Serrano y su libro –¿Por qué fracasa Colombia? (Planeta, 2016)– podría perfectamente haberse titulado ¿Por qué fracasa el Perú?

En esas páginas Serrano habla de un país que “se desconoce”, “incomprensible”, proclive a la “tragedia y al conformismo”, habitado por individuos con un “formidable potencial humano”, que saben, por ejemplo, “regatear con éxito”, “recursearse” y “enfrentar la fatalidad con sentido del humor”, pero que a la vez conspiran contra sí mismos debido a su “provincialismo mental”, graficado en el “abuso de los diminutivos”, así como en la “ausencia total de una vida interior”, la “necesidad compulsiva de aprobación y afecto” y la tendencia a ver el pasado “como algo vergonzoso e insignificante”. Estos individuos son personas mayoritariamente conservadoras, con una “espiritualidad de supermercado”, que aún buscan “un hombre de bien” para sus hijas, “una mujer de casa” para sus hijos, y que muchas veces se rebelan ante la ley arguyendo el célebre “usted no sabe quién soy yo”. Alguien diría que es lógico que haya tantas similitudes entre dos pueblos vecinos que sufrieron el coloniaje y cuya idiosincrasia se moldeó a punta de violencia y sometimiento. Es cierto: no sorprende el parecido, lo que sorprende, en rigor, es que mientras los colombianos problematizan sus taras y se preguntan por qué las arrastran, los peruanos parecemos haber descartado toda posibilidad de revisar lo que Serrano denomina “el tono de nuestra existencia”.

Mientras le oía hablar, persuadido por la inteligente radiografía social, cultural y emocional que describía, me preguntaba ¿por qué a los peruanos nos cuesta tanto mirar hacia atrás? ¿por qué nuestro revisionismo histórico, por llamarlo de alguna manera, apenas suele abarcar los últimos cinco años y, al proyectarnos, no pensamos más allá del próximo lustro, como si fuésemos causa y consecuencia, no de siglos, sino de apenas una década? ¿Por qué un universitario promedio –por no decir un profesional estándar– tartamudearía al intentar explicar nuestros orígenes? ¿Por qué la palabra ‘destino’ no forma parte de ningún diagnóstico? ¿Por qué nos escandaliza la opinión contraria cuando nos es desfavorable, como si el progreso estuviese divorciado de la crítica cuando en realidad es su primo hermano? ¿Por qué nos cuesta tanto despercudirnos de ciertas posturas morales que en otros países –algunos vecinos nuestros– han sido dejadas atrás en nombre del progreso y la modernidad?

Una hora y tres pisco sours más tarde, me acerqué a Enrique Serrano a comentarle mis impresiones y coincidimos en que su pregunta “¿por qué fracasa Colombia?” era equivalente a nuestra variante local “¿en qué momento se jodió el Perú?”. Con una lucidez que encontré reconfortante, Serrano me aseguró que, a pesar de que el futuro no se presenta luminoso para sociedades débiles como las nuestras, hay algo en nuestra sangre que nos impide jodernos del todo. “Así somos”, remató, “fracasamos hasta en nuestro intento de fracasar”.

Esta columna fue publicada en la revista Somos 23/04/2016.