Carmen McEvoy

Hace algunos días la presidenta Boluarte pronunció un discurso en las Naciones Unidas plagado de lugares comunes y, por qué no decirlo, de ideas que desmerecen la imagen del Perú ante el exterior. Lo que no hace sino confirmar el profundo desconocimiento que existe en esta administración, tal y como ocurrió en la de su compañero, hoy preso, de fórmula presidencial; tanto de la realidad concreta que millones de peruanos sufren en su día a día como del extraordinario acervo cultural sobre el que, afortunadamente, descansa nuestro milenario país.

A partir del planteamiento de un pacto a propósito del cambio climático –que ya existe y ha sido descartado e incluso violado en múltiples oportunidades– y el señalamiento de que el “alma del Perú” reside “en su infraestructura”, la presidenta Boluarte introdujo a sus oyentes por los recovecos de una mente confundida, como es la suya, por la sobrevivencia cotidiana. Mientras escuchaba hablar a Boluarte sobre ese Perú ficticio –dizque en pleno proceso de pacificación y con una cobertura médica universal–, pensé en esos años en los que nuestra cancillería, liderada por el gran Carlos García Bedoya, brillaba ante la comunidad de naciones porque llevaba temas importantes e incluso vanguardistas.

García Bedoya entendió que una historia y una geografía tan difícil como la nuestra desafiaban, pero al mismo tiempo colocaban al Perú en un lugar privilegiado para un futuro que él logró atisbar e incluso definir en el largo plazo. Luego de hacer un balance de las etapas históricas que fueron perfilando la política exterior peruana, que exhibe grandes figuras hoy olvidadas, García Bedoya rescató la riqueza de una geografía capaz, por su extraordinaria diversidad, de abarcarlo todo. Siguiendo con un esquema de múltiples fronteras, el discípulo del gran historiador Raúl Porras Barrenechea señaló que el mar y el derecho que se forja alrededor de él, los Andes y la integración de países que comparten un origen milenario y la selva, con el tema hoy tan relevante de la Cooperación Amazónica, modelan el destino histórico internacional –universal, como lo dijo en su momento Hipólito Unanue– de la República del Perú. Cabe recordar que cuando Unanue, uno de nuestros ilustrados más destacados, envió la primera misión diplomática peruana a Londres, donde brillaron un matemático, José Gregorio Paredes, y un poeta, José Joaquín Olmedo, le indicó la necesidad de mostrar la grandeza cuasi mítica del Perú.

Eran definitivamente otros tiempos en los que la historia, la cultura, la geografía y la dignidad de nuestra hoy maltrecha república ocupaban un lugar prioritario en la agenda nacional. Ahora, para nuestra desgracia, y esto viene de antiguo, somos un país sin memoria, sin salud ni educación pública de calidad, viviendo a salto de mata entre balaceras, sicarios y violadores de niñas. Y la mejor prueba de este país a la deriva no es solo lo que viene ocurriendo con el agro, que la administración de un presidente campesino dejó sin fertilizantes, sino con el Archivo General de la Nación (AGN), que no cuenta con un edificio propio donde ubicar nuestra riquísima memoria histórica. Porque si, como muy bien señala Umberto Eco, “nuestra memoria es lo más parecido a lo que llamamos alma”, estamos a punto de perderla en manos de los oportunistas de turno. En un correo que circuló entre la comunidad académica, el notable archivero César Gutiérrez denunció el traslado del valiosísimo acervo documental del AGN a manos privadas y lejos del Centro de Lima. Sus 58 años de “vocación archivera” le otorgan a Gutiérrez el derecho de denunciar una “pesadilla” que espera acabe pronto. Uno de los guardianes más reconocidos de nuestra memoria no está solo frente a un problema gravísimo. Un grupo de académicos, Lorenzo Huertas Vallejos, Vilma Fung Henríquez y Carlos Alfonso Villanueva C., junto con otros más, han denunciado abiertamente y con lujo de detalles lo que viene ocurriendo ante la vista y paciencia de la ministra de Cultura.

Y es que el asunto fundamental, de acuerdo con el sindicato de trabajadores del AGN, no es solo el irresponsable traslado de miles de documentos sin considerar un inventario detallado de los mismos (incluida la foliación respectiva), las medidas de seguridad y una gestión de control de calidad efectiva, sino las acciones publicitarias del jefe institucional que despilfarra el dinero de todos los peruanos. Y volvemos al mundo de ficción, en el que viven la primera mandataria y sus allegados, en el que la publicidad, sea interna o externa, pretende esconder las enormes fallas estructurales que, si no se resuelven pronto, seguirán condenando al Perú a no tener pasado, ni presente y mucho menos futuro.

Comparto el link de nuestro programa Mesa Compartida, en el que junto a César Azabache discutimos el tema del uso de la ficcionalizacion en la política.

Carmen McEvoy es historiadora