Javier Díaz-Albertini

Desde hace un buen tiempo prefiero no seguir en detalle las noticias sobre las andanzas de los congresistas. En primer lugar, porque siempre siguen el mismo libreto. Se descubre la falta de un parlamentario, esta es negada enfáticamente; aparece más evidencia, se dice que es malintencionada; surgen más evidencias aún, dice que se someterá a la justicia; y, al final, es blindado por sus camaradas. En segundo lugar, porque me deprime ver cómo el país pasa por momentos difíciles mientras un número significativo de representantes se va de viaje y de fiesta, entre negociados y tinglados.

Para estar informado, sin embargo, debo ver los programas noticiosos. Y el domingo pasado me brindó la oportunidad –que no quería– de conocer en mayor detalle los últimos acaecimientos de , la tercera vicepresidenta del Congreso. Escuchaba su nombre en un canal, cambiaba y me topaba de nuevo con ella en los otros, y así por dos horas. Las mismas explicaciones y negaciones. Ningún acto de contrición o reflexión. El sopor me hizo sentir que había sintonizado un programa farandulero y que Amuruz se defendía ante un nuevo ampay. Cuando la congresista hablaba, lo único que registraba mi mente era “soy soltera y hago lo que quiero”.

En el fondo, creo que debemos tratar al Congreso como un ‘reality’, un lugar al que no se va a legislar y fiscalizar por el bien del país, sino que se compite para sacar el mayor provecho personal posible. Así no nos defraudamos mucho mientras esperamos que llegue algún tipo de milagro en el 2026. Por el contrario, de esta manera alentamos la participación y el voto sancionador de la audiencia ciudadana al exponer las fechorías, logrando un mayor interés público. Veamos algunas opciones.

En “Tanque de pirañas”, siguiendo el éxito de “Shark Tank”, descubrimos cómo los congresistas emprendedores realizan sus propuestas de negociados. La ciudadanía podrá votar según categorías de acuerdo con el origen y el monto de los fondos. La categoría “misia” es cuando se mocha el sueldo de asistentes para pagar deudas, mejorar la imagen del parlamentario o renovar equipos audiovisuales de su despacho. La siguiente categoría es “influencer”, donde reciben una comisión por conseguir obras, normalmente de gobiernos locales. Finalmente, la categoría más alta es la de “voto asegurado”: se negocia el apoyo del legislador contra entrega en coyunturas difíciles (confianza, vacancia).

“Amazing Race” edición congresal Perú podría ser una franquicia local de este popular ‘reality’. Consiste en una competencia de viaje y turismo internacional. Se inicia el primer día del año en la plaza Bolívar y se contabilizan las millas de los viajes internacionales y el número de días fuera del país. Para que sean contabilizados, solo valen los desplazamientos financiados por el Estado o por lobistas. Asimismo, reciben mayor sanción si los realizan fuera de sus vacaciones y durante las semanas de representación.

Tenemos otros en mente y buscaremos el apoyo de legisladores para su desarrollo. Sería ideal que el “Perú tiene talento congresal” cuente con la asesoría de Tania Ramírez, y así veremos cómo los parlamentarios ‘tiktokers’ desarrollan sus habilidades artísticas durante las horas de trabajo. Mientras que “Top Chef” edición bufet contaría con las sugerencias de Patricia Chirinos y Jorge Montoya, recios defensores del costoso menú parlamentario bajo la premisa de que comer rico es un derecho de todos los peruanos. Finalmente, es importante desarrollar ‘realities’ propios. Se me ocurre “Barbieland vs. mundo real”, en el que se evidencia cuánto conocen los legisladores sobre nuestra realidad. En un primer programa, Adriana Tudela y Alejandro Cavero podrían discutir sobre la calidad del cine peruano, comparando los premios internacionales entregados al universo cinematográfico Marvel con los recibidos por el universo cinematográfico quechua-aimara, tomando en cuenta la ratio dólares invertidos por premio recibido.

Bromas aparte, uno de los retos políticos más serios que enfrentamos es cómo combatir la apatía ciudadana respecto de su representación nacional y eso es algo que no se logrará convirtiéndola en espectáculo. En la práctica, el desinterés ciudadano es interpretado por muchos congresistas como un “dejar hacer”, la baja aprobación en un “me llega” y la poca vigilancia ciudadana en un “todo vale”. Creo que los medios y el mundo académico deben ser mucho más pedagógicos al respecto, informando a la ciudadanía sobre cuánto nos cuesta económica y políticamente un Congreso disfuncional y corrupto. Sugerencias que desarrollaré en una próxima columna.

Javier Díaz-Albertini es Ph. D. en Sociología