(Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
(Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
Roberto Abusada Salah

El referéndum en el que el (RU) votó por escaso margen abandonar la Unión Europea (UE) es muestra de un cambio profundo en la política mundial en la que los nacionalismos, los populismos, los aislacionismos y también la xenofobia ganan terreno aceleradamente.

Es cierto que Inglaterra siempre se sintió excepcional dentro de Europa. Su pasado de enorme Estado imperial, su carácter insular y el particular individualismo de su gente la hacían distinta dentro de la UE. De hecho, el RU, al integrarse a la Unión, no abandonó su moneda y por lo tanto su capacidad de tener política monetaria independiente. Tampoco se adhirió al área Schengen, el acuerdo que abolió los controles de pasaporte y otros trámites de frontera. Aunque el estilo de vida en Inglaterra ha cambiado notablemente desde que se integró a la UE, se podría decir que los ingleses siempre han mantenido la sensación de ‘hijo único’ dentro de la familia europea.

El ‘’ parece haber cambiado radicalmente la manera racional y ultracivilizada en la que el RU ha conducido la política y la elaboración de sus políticas públicas que ahora parecen contagiadas de las peores tendencias que hemos visto ganar terreno en muchos países de Europa y América.

Los habitantes del RU votaron a favor de abandonar la UE siendo víctimas de una campaña de desinformación sin precedentes y con total ignorancia de lo que implica tal separación para su economía y sociedad. Inmediatamente después de la votación Google informó que la búsqueda más frecuente en Inglaterra y Escocia fue: “qué es la Unión Europea”. Primaron el rechazo a la inmigración europea y la pérdida de soberanía inherente a cualquier proyecto de unión política. Los demagogos proponentes del ‘brexit’ exacerbaron el rechazo a la burocracia de Bruselas y el odio a tener que cumplir la legislación comunitaria. También mintieron descaradamente sobre los costos monetarios de pertenecer a la UE y minimizaron los enormes beneficios que el RU obtiene al ser parte de la Unión.

Ahora la política se encuentra sumida en los conflictos de cómo enfrentar la separación, incluyendo la manera de enfrentar el problema de la frontera entre Irlanda del Norte (que forma parte del RU) y la República de Irlanda, país soberano que integra la UE y que representa el escollo más importante para que consiga que el Parlamento apruebe su acuerdo con la UE. En efecto, se trata de un escollo difícil de superar, ya que no solo Irlanda del Norte votó mayoritariamente por permanecer en la UE, sino que el establecer cualquier tipo de frontera dura entre las dos naciones resulta inaceptable y también peligroso dados los antecedentes de violencia que se resolvieron con el Acuerdo de Viernes Santo en 1988. Tanto este espinoso tema como las consecuencias económicas de separarse de Europa estuvieron escasamente presentes en la mente de los británicos al momento de votar.

Luego de dos años de negociaciones con la UE, la primera ministra Theresa May logró un acuerdo de separación. Pero la clase política, y particularmente los dos partidos importantes del RU, rechazan ratificar tal acuerdo. La primera ministra se encuentra acorralada por defecciones dentro de su agrupación y amenazas de renuncia en su gabinete. El líder de la oposición, Jeremy Corbyn, también confronta divisiones en el Partido Laborista.

La posibilidad de aprobar el acuerdo para la fecha límite del 29 de marzo que establece el final del plazo de dos años después de la declaración de retiro voluntario de la UE es hoy nula, y nadie quiere un retiro forzado que acarrearía el caos económico con el desabastecimiento y la parálisis industrial por la rotura de todas las cadenas de producción que dependen de embarques diarios de millones de partes, piezas e insumos provenientes de la UE. Se calcula que el inventario de productos frescos en los supermercados del RU equivale a un día y medio. El abastecimiento de medicinas y vacunas también depende del flujo sin fronteras con la UE. El trafico aéreo y los servicios financieros también estarían en peligro, además de la incertidumbre del estatus de 1,3 millones de nacidos en el RU que viven en la UE. Como si esto no fuera poco, simplemente no existe la infraestructura física para manejar una frontera.

Lo más probable es que Theresa May pida una extensión de la fecha límite hasta junio, pero no por un período más largo al que se opondrían los parlamentarios pro-‘brexit’ más radicales. La extensión será seguramente aprobada, aunque la UE desearía que sea por un tiempo más largo para dar oportunidad a un nuevo referéndum que apruebe el plan de May, o idealmente termine con la idea de la separación.