"De los cuatro últimos presidentes elegidos, dos están presos, uno con orden de prisión y el cuarto coquetea con la situación de sus tres colegas" (Ilustración: Giotanni Tazza).
"De los cuatro últimos presidentes elegidos, dos están presos, uno con orden de prisión y el cuarto coquetea con la situación de sus tres colegas" (Ilustración: Giotanni Tazza).
Alfredo Bullard

“En mi país, primero vas a prisión, luego eres presidente”. La frase es de Nelson Mandela. Y resume la vida del sudafricano.

Pero en el Perú la frase es diferente: “En mi país, primero eres presidente, después vas a prisión”.

La cárcel se ha vuelto el eje en torno al cual gira toda la política peruana. Los titulares más impactantes (y también los más frecuentes) en los diarios y en la televisión asocian a los políticos con la cárcel. Político preso es automáticamente tendencia en Twitter. Ir a la cárcel ha dejado de ser un hecho monopolizado por las páginas policiales.

De los cuatro últimos presidentes elegidos, dos están presos, uno con orden de prisión y el cuarto coquetea con la situación de sus tres colegas mientras algunos de sus colaboradores ya están en la cárcel.
Para Mandela la presidencia fue un símbolo de reivindicación, un homenaje y desagravio a sus años de injusto encierro. Por el contrario, para un presidente peruano, la presidencia parece ser un canal de degradación, una forma de convertirse en delincuente.

Pero la relevancia de la prisión en la política va más allá de tener presidentes encerrados. ha convertido la cárcel en una imagen caricaturesca, en la que un pan con queso se convierte en un símbolo de supuesta tolerancia y apertura hacia el rival político.

Y no se libra, no solo por el reciente lío con los procuradores que querían denunciarlo por la supuesta existencia de indicios de delitos, sino porque es prisionero de un fujimorismo que funge de carcelero que ata todo intento de sacar adelante al país. Está atrapado mientras se negocia un intercambio de rehenes para dejarlo trabajar a cambio de un indulto.

La prisión nos ha robado la agenda. Vivimos en un país en donde la agenda política no está liderada por las mejoras en la educación o en la salud, ni por el cómo mejorar infraestructura deficitaria, ni por el cómo fomentar la inversión privada que necesitamos para seguir creciendo. La agenda está dominada, y seguirá estándolo, por fiscales y prisiones preventivas, colaboradores eficaces, indultos a ex presidentes, inocentes agendas que contienen actos no tan inocentes, compras de testigos o iniciales como OH o AG en documentos comprometedores. Le puedo asegurar que el ciudadano peruano promedio está más familiarizado con cómo funciona un procedimiento penal que con cuáles son las medidas que debemos tomar para reducir la mortalidad infantil, reducir la pobreza y crear riqueza.

Y lo más triste es que la obsesión por la prisión nos tiene prisioneros. Los funcionarios públicos están inmovilizados y no toman decisiones o toman decisiones absurdas para que no los miren mal por ser demasiado proactivos. Los inversionistas no encuentran camino para hacer negocios lícitamente, porque todo sol invertido hace presumir que existe otro sol entregado en coimas. Nadie aprueba ni hace nada porque “aprobar” o “hacer” rompe automáticamente la presunción de inocencia.

Pero al margen de lo que está pasando y de los resultados a los que lleguemos, ¿son buenas o malas noticias?

Pues depende de la perspectiva. ¿Es bueno o malo que te detecten un cáncer? Desde el punto de vista de saber que algo está mal, es una noticia que no quieres recibir. Por supuesto que preferiríamos no tenerlo.

Pero si asumimos el cáncer como un dato de la realidad (algo que ya tienes), el detectarlo te da la oportunidad de enfrentarlo y nos brinda la esperanza de curarlo.

En realidad este encuentro entre la prisión y la política será bueno o malo en función a lo que hagamos en el futuro. Y la diferencia entre el pasado y el futuro es que el primero ya no se puede cambiar. Pero el futuro puede ser totalmente nuevo.

Friedrich Nietzsche decía que “solamente aquel que construye el futuro tiene derecho a juzgar el pasado”. ¿Todo lo que está pasando nos está sirviendo para algo? ¿Qué hemos aprendido? ¿Y qué estamos haciendo para que no pase de nuevo?

Desde el primer gobierno de hasta el día de hoy han transcurrido 32 años. Parece que no hemos hecho mucho. Nos hemos conformado con quejarnos y juzgar el pasado. Hemos visto el cáncer pasar, pero no hemos hecho nada por curarlo.