"No he recibido aporte alguno de dicha empresa (Odebrecht) en ninguna de mis dos campañas electorales" respondió PPK ante las declaraciones de Odebrecht (Foto: Andina).
"No he recibido aporte alguno de dicha empresa (Odebrecht) en ninguna de mis dos campañas electorales" respondió PPK ante las declaraciones de Odebrecht (Foto: Andina).
Juan Carlos Tafur

Cuando se analice políticamente lo ocurrido con PPK, una vez transcurrido este impasse dramático de la solicitud de vacancia, se entenderá que el gran responsable de su propio destino ha sido el presidente, por no haber entendido que la situación política de la que partía –un gobierno con mayoría parlamentaria en contra– debía haberlo llevado a cogobernar con ella o a confrontarla para sobrellevar el impasse. 

PPK jugó a nada. Ni uno ni otro camino. Despreciando con soberbia  la política, se dedicó a gobernar como si no tuviera tamaña fisura de gobernabilidad de partida. 

Pero lo grave es que su desprolijidad política parece haber tenido, además, antecedente en su sorprendente manejo de la cosa pública. Que se descubra que a su paso por el Ministerio de Economía y la presidencia del Consejo de Ministros, su compañía desplegaba consultorías privadas con otras empresas que eran, a su vez, contratistas del Estado y beneficiarias de normas firmadas por él mismo, no es solo grave, es gravísimo. Es equivalente a que hoy, siendo presidente, descubriéramos que su empresa ha seguido brindando trabajos a concesionarias del Estado. 

Es verdad que el fujimorismo ha trazado como estrategia arrinconar al Gobierno y al presidente, estimulado por el vacío político de un gobierno torpe y sin brújula; y también parece serlo, como se ha dicho, que el Decreto de Urgencia 003 molesta a Odebrecht y estimula la filtración de documentos teledirigidos en contra de PPK, pero ni una cosa ni la otra son atenuantes del manejo poco prolijo que de sus finanzas habría tenido el presidente de comprobarse el fondo de lo revelado. 

Así se entendería por qué Kuczynski jamás tuvo interés en liderar la lucha anticorrupción. Su pasado lleno de cuestiones –tantas que él mismo se esmeró en ocultarlas– lo condenaba a la parsimonia y el esquive. Teníamos un presidente rehén de sus malos pasos. Y hoy el escenario resulta de peor pronóstico. Políticamente, se ve difícil que PPK se reinvente y recomponga niveles mínimos de gobernabilidad si se diera el caso de que la vacancia solicitada no prosperase. 

El jefe de Estado tendrá que probar –esto es político, no judicial– que no tuvo que ver con los contratos firmados por su socio y que ello no influyó en sus decisiones ministeriales. No lo ha hecho en el panel de prensa de este domingo. Si no lo hace el jueves, será vacado. 

No obstante, la vacancia moral solo debe asumirse ante hechos probadamente graves cometidos por algún mandatario. Ese no es el caso, aunque PPK esté acusado de honduras que no ha podido desmentir. La vacancia es un paso dramático y mal aplicada puede sentar un precedente nefasto para la gobernabilidad. 

De lo que se conoce hasta el momento, el camino de la vacancia no debería proceder. Aprobarla sin ton ni son desmerece la figura constitucional. Más bien, el pésimo manejo político del presidente debiera acreditar una respuesta, conducente a su apartamiento de la gestión pública. 

No cabe la vacancia de PPK. Lo que cabe es su renuncia. Por incapacidad política permanente. Quizás no ahora, pero más temprano que tarde. Le haría mucho bien al país y a la democracia que PPK tuviese la dignidad de dar ese paso. Hay que acortar la agonía: en la actual circunstancia es imposible que mantenga el liderazgo mínimamente necesario para que los tres años y medio restantes no sean un infierno.