"Toca a PPK aclarar de inmediato, en un evento mediático abierto, o acudiendo a la interpelación parlamentaria".(Foto: El Comercio)
"Toca a PPK aclarar de inmediato, en un evento mediático abierto, o acudiendo a la interpelación parlamentaria".(Foto: El Comercio)
Juan Carlos Tafur

Es imperativo que mire hacia atrás y trate de reflejarse en el ejemplo político del presidente Valentín Paniagua.

El escándalo Lava Jato amenaza con causar una implosión de las instituciones centrales del país y con desacreditar a casi toda nuestra clase política. En un trance similar, Paniagua pudo construir un liderazgo rápido y sobrellevar el harto complicado camino de la transición democrática.

No es casual que Paniagua haya culminado su corto período de gobierno con niveles de aprobación superiores al 80%. Supo entender la magnitud de la tarea política que tenía al frente, conformar un Gabinete de emergencia, resolver los asuntos de gobierno, convocar prontamente nuevas elecciones y asentar una luz referencial a una sociedad transida por el desplome de todo lo conocido, en términos políticos y económicos, a finales del 2000.

Lava Jato amenaza con llevarse de encuentro mucho más de lo inicialmente previsto y ya genera cuotas significativas de desconcierto social. La ira por los niveles de corrupción hallados va a la par con el descrédito de la confianza social, valor imprescindible para que un país avance tranquilo.

Los principales actores políticos y mediáticos solo contribuyen a incendiar más el país, en una espiral de radicalismo y piromanía, que está muy lejos de responder a un motivo purificador, sino simplemente al intento de afectar en mayor medida al adversario, sin percatarse de que en el esfuerzo se salpica a todos más de lo que procesalmente correspondería.

Frente a tal situación es mandatorio que el presidente asuma la responsabilidad política de conducir al país a buen puerto. No nos sirve un mandatario escondido, aterrado por sus propias eventuales implicaciones en el escándalo.

Toca a PPK aclarar de inmediato, en un evento mediático abierto, o acudiendo a la interpelación parlamentaria, si tuvo o no vínculos con Odebrecht y si estos tuvieron carácter delictivo o no. No basta su intervención radial del sábado último.

Hasta el momento, incluso si se comprobara que asesoró financieramente a la empresa brasileña o que recibió fondos para su campaña estos no serían per se motivos como para temer la inestabilidad democrática de su mandato. Pero si miente reiteradamente o maneja con torpeza el asunto, él mismo contribuye a otorgarle el poder desestabilizador que teme.

Si es este asunto el que tiene atenazado al presidente y motiva el pasmo político que hoy exhibe, pues sería bueno que lo resuelva lo antes posible y se sienta en capacidad así de asumir las responsabilidades políticas que en este momento le corresponden. No podemos tener un presidente secuestrado por el miedo.

A estas alturas de su gobierno queda claro que el ímpetu republicano o reformista ya fue cancelado. Su impericia política lo hizo perder el primer año y medio y ya resulta difícil que pueda reencontrar alguna identidad política trascendente. Eso no es óbice para no exigirle que al menos cumpla el principio básico de un gobierno, que es gobernar.

La del estribo: preciso y ajustado al derecho internacional el comunicado de la cancillería respecto del último exabrupto del líder mundial de la DBA, Donald Trump, de reconocer a Jerusalén como capital de Israel, cuando no hay hecho histórico ni legal que lo ampare, como no sea el simple ejercicio del poder militar de una ocupación forzosa que afecta la legítima reclamación del pueblo palestino.