"Polvo somos" por Renato Cisneros
"Polvo somos" por Renato Cisneros
Renato Cisneros

El sábado pasado, en la estación Liceu del metro de Barcelona, los pasajeros esperaban el tren de la medianoche para volver a casa cuando de pronto se vieron sorprendidos por un ‘incidente’. Sobre una de las banquetas del andén, reclinada contra una pared iluminada, e irónicamente junto a la caja de emergencias para sofocar incendios, una ardiente pareja de jóvenes semidesnudos sostenía relaciones sexuales.

A simple vista, este podría considerarse uno más de los miles de casos de ‘sexo en la vía pública’ reportados en el mundo. Sin embargo, a diferencia de aquellos –donde los amantes ocasionales, tras ser ampayados en playas, parques, baños, estacionamientos, construcciones, ascensores, probadores o butacas de cine, suelen inmediatamente recogerse y esfumarse–, aquí los involucrados no mostraron la menor intención de guarecerse, ni pasar inadvertidos, ni detener el vaivén. Es más, según las imágenes de las cámaras de seguridad, hasta parecen receptivos a las arengas con que un grupo de espontáneos intenta marcarles el ritmo del fornicio: “uno, dos”, “uno, dos”.

En la escena se ve también que los testigos más incómodos, lejos de sumarse a la barra, se dedican a grabar el fogoso espectáculo con sus teléfonos inteligentes para tener cómo fundamentar más tarde su denuncia ante las autoridades; aunque en estos tiempos de tolerancia donde la denuncia ética es vista como un gesto pacato, no se descarta que varios de esos ‘indignados’ hayan recogido el material fílmico con fines, digamos, más ‘caseros’.

Como era obvio, el asunto terminó convirtiéndose, literalmente, en un polvorín. En primer lugar, la empresa Transportes Metropolitanos de Barcelona abrió una investigación sumaria para dar con los protagonistas del coito, tipificando su conducta como ‘infracción administrativa’, cuya sanción económica podría llegar hasta los seis mil euros (algo más de 20 mil soles). En segundo término, los opositores políticos de la alcaldesa, Ada Colau, han aprovechado la ‘noticia’ para acusarla de estar convirtiendo la ciudad catalana ‘en un capítulo de Gandía Shore’, en referencia a un sintonizado reality de parejitas musculosas, veraniegas y promiscuas.

En tercer lugar, los infaltables ‘expertos’ mediáticos –en un afán sociológico por problematizar la simple arrechura– han invertido la semana en tratar de dilucidar si esta variante subterránea de ‘cópula al aire libre’ es una perversión exhibicionista alentada por el consumo de alguna sustancia química; o si es un acto lascivo de mera incontinencia biológica; o si forma parte de un nuevo tipo de performance urbana o flashmob erótico; o si es un ejemplo más de cómo los ‘millennials’ han ‘vulgarizado’ conceptos como ‘pudor’ e ‘intimidad’.

Como en toda sociedad dúctil al escándalo (igual que la nuestra), hay aquí más interés por medir la valoración social de estos comportamientos antes que por averiguar qué castigo dispone contra ellos el Código Penal. A fin de cuentas, la que seimpone y criminaliza no es la ley real, sino la censura moral de las mayorías.

Los más relajados con todo este bochinche son los guardias de seguridad del metro, que, acostumbrados a encontrarse en las madrugadas con todo tipo de actos libidinosos, viven curados de espanto y reaccionan no como policías sino como solidarios hombres de carne y hueso. “Una vez encontramos a una pareja follando en un elevador”, contó el martes a la prensa uno de los agentes. “El muchacho nos imploró que lo dejásemos un par de minutos, así que esperamos a que acabaran. ¡Qué derecho tenemos a hacer tanto lío!”.

Esta columna fue publicada el 30/04/16 en la revista Somos.