Santiago Pedraglio

Un deporte muy peruano, además del fútbol, es despotricar del . Constituye un punto de unidad nacional. Sin embargo, son escasas las fuerzas implicadas en reordenarlo para conseguir que represente mejor a la muy diversa sociedad peruana, para llegar a consensos básicos entre potenciales aliados y, más aún, entre adversarios. Los interlocutores políticos son débiles y tienen poca o nula voluntad de reforma democrática. Es claro, además, que el problema no está solo en la política, sino también en la sociedad: en su fraccionamiento, en las escasas redes públicas activas, en su profundo localismo, en el inmediatismo de la vida diaria.

En este complejo escenario, que hace tan difícil encontrar salidas y soluciones en el corto plazo, el espacio de la política sigue siendo el más viable para pensar en encontrar salidas en los próximos años; esto, a pesar del enorme desprestigio de los actores, instituciones y estilos que se movilizan en su interior. Reconstruir el vínculo entre política, sociedad y ciudadanos es decisivo. Pero la reconstrucción de este vínculo requiere un lenguaje político democrático creíble, franco y directo, así como un quehacer político que haga suyas conductas tan elementales y decisivas como cumplir los compromisos y los acuerdos.

¿Será posible consolidar en un futuro la autoridad, la legitimidad y el reconocimiento ciudadano del Estado? ¿Habrá fuerzas políticas nuevas, o conocidas pero renovadas, que tengan esta voluntad?

¿Cómo hará el Estado para promover el complejo proceso de formalización de millones de trabajadores y “emprendedores”? ¿Cómo se enfrentará a las cada vez más poderosas mafias de organizaciones de ilegales? ¿Se logrará la voluntad, pero también la legitimidad y la eficiencia para hacerlo? Enfrentar, por ejemplo, la informalidad solo con la ley y sin una propuesta de diversificación productiva sería una iniciativa destinada a fracasar (dicho sea entre paréntesis: una propuesta interesante es el Plan Nacional de Diversificación Productiva, planteado por Piero Ghezzi y José Gallardo en el 2014 ).

Hace años, Hernando de Soto calificó de “mercantilistas” a quienes usufructuaban del Estado desde sus posiciones de poder económico. Desde otro ángulo, y con una perspectiva política diferente, Francisco Durand documentó la “captura del Estado” por los de “arriba” en numerosas publicaciones. Esta “captura” puede aparecer como evidente; pero desde “abajo”, a través de coimas múltiples, las organizaciones ilegales compran de manera reiterada conductas y voluntades de miembros de instituciones estatales. El Estado puede estar presente, pero aprisionado por redes subterráneas de transacciones ilícitas. Por eso, aunque parezca una quimera, se requieren autoridades nacionales y regionales que lideren con el ejemplo, y que desarrollen capacidades para establecer acuerdos en políticas e iniciativas concretas.

Es claro que la inversión privada tiene un papel muy activo en sectores fundamentales como la educación, la salud, el agua y el transporte; pero es claro también que no puede asumir los retos en una amplia mayoría de situaciones, simplemente porque no es negocio. También por eso es imprescindible un Estado más eficiente y más representativo de la población.

No es posible acercar el Estado a millones de peruanos y peruanas haciendo solo y principalmente reformas electorales o mejorando la representación en el Congreso. Es imprescindible que todos tengan agua, desagüe, servicios educativos y de salud eficientes, transporte digno y mayor seguridad. Para empezar, ¿no será posible, para las fuerzas políticas y sociales, ir pensando ya en acuerdos en torno al gasto público y en una reforma tributaria consensuada, vinculados a la mejora sustantiva de los servicios básicos?

Santiago Pedraglio es sociólogo