Iván Alonso

No hay que menospreciar las proyecciones oficiales de 3% de crecimiento para este año con el argumento de que no es nada más que un “rebote”, un resultado debido a la baja base de comparación que dejó el 2023. Como todo economista que haya tenido infancia sabe, las pelotas no solamente rebotan en el piso, sino también en el techo. Con la misma lógica podríamos decir que la caída de 0,5% el año pasado fue meramente un rebote, debido a la alta base de comparación: un rebote contra el techo, literalmente, pues nunca en nuestra historia había sido tan grande el como lo fue en el 2022.

El sector agropecuario rebotó un 3% hacia abajo, la manufactura un 7% y la construcción un 8%, cada una desde su respectivo techo alcanzado en el 2022. De la inversión privada se puede decir que estuvo dos años pegada al techo y el año pasado rebotó un 7%; pero igual fue mayor en el 2023, en términos reales, que en cualquier año anterior al 2021.

El “efecto rebote”, como se lo ha bautizado criollamente, es la mitad de lo que en estadística se conoce como regresión a la media. La mitad, porque los economistas que lo invocan solamente se acuerdan de él cuando piensan en un rebote hacia arriba, en la regresión de una variable que ha caído debajo de la media. Pero cuando una variable salta por encima de la media tiende también a regresar a su valor, digamos, normal.

Las no crecen de manera lineal, uniforme. A veces, crecen más; a veces, crecen menos o inclusive decrecen. Los mejores años seguramente han contado con la suerte a su favor. No todo ha sido mérito de los empresarios ni, mucho menos, del gobierno de turno. De la misma manera, los años malos han tenido la suerte en contra: la crisis financiera internacional en el 2009, la pandemia en el 2020, las lluvias y las protestas en el 2023. Lo importante es que después de un mal año se retome la tendencia. No tiene nada de despreciable el rebote o regreso a la media.

Un problema distinto es que la tendencia haya cambiado en los últimos 10 años. Entre 1993 y el 2013 la economía peruana creció, en promedio, más de 5% al año; de ahí en adelante, menos del 3%. ¿Podemos volver a las cifras de antes? Quién sabe. En aquellos años se hicieron reformas que permitieron sacarles más provecho a recursos que estaban siendo ineficientemente utilizados. Se privatizó la mayoría de las principales empresas públicas. Se abrió la economía a la competencia del exterior, reduciendo los aranceles. Se desreguló o, mejor dicho, se re-reguló, más racionalmente, los servicios públicos. En los años siguientes se cosechó, como dicen los gringos, “the low-hanging fruit”, la fruta madura.

¿Qué más queda por hacer? Se puede terminar de privatizar, por ejemplo. Se puede seguir reduciendo los aranceles hasta llegar a cero. Se puede eliminar exoneraciones tributarias, que, además de su costo fiscal, premian el desarrollo de actividades que no son las que más valor crean para la sociedad. Todas estas cosas son políticamente difíciles, pero quizás podamos lograrlas llegando a un “consenso mínimo”, que es, al parecer, la cura de moda.


Iván Alonso es Economista