Un pasado Siniestro, por Renato Cisneros
Un pasado Siniestro, por Renato Cisneros
Renato Cisneros

En mayo de 1997 llegó al Perú Siniestro Total, una de las bandas de rock/punk más representativas de la Movida Madrileña, esa corriente contracultural que surgió en España a inicios de los 80 tras la caída del franquismo, durante la transición a la democracia, y que produjo varios hitos no solo en el ámbito musical (las primeras películas de Almodóvar, por ejemplo, son también hijas de esa etapa).

El grupo gallego empezó en Lima su gira sudamericana, y el día de su concierto central acudió primero a promocionarse al set de De 2 a 4–programa que conducían los hermanos Romero–, y ya por la noche trepó al corrosivo escenario del Sargento Pimienta para encontrarse con una multitud apiñada que vio superadas sus expectativas y quedó extasiada y, sobre todo, agradecida.

Aquel fue un año de conmoción para los peruanos. Aún estábamos impactados por la liberación de los rehenes del MRTA en la Embajada de Japón; el fenómeno de El Niño provocaba desastres, además de un calor general agobiante; en las calles se sentía una opresión que sería el caldo de cultivo para la primera marcha contra la dictadura del año siguiente; y, para colmo, las Eliminatorias al Mundial de Francia 98 estaban a punto de depararnos el capítulo más humillante de la historia: la eliminación a manos de Chile, con goleada nocturna y pifias al himno incluidas.

En ese contexto de angustia, inquietantes canciones de Siniestro Total como Esta vida es una mierda, La sociedad es la culpable, Dame comida, Comisaría, Bailaré sobre tu tumba o Ayatollah, no me toques la pirola resultaban inesperadamente costumbristas y representativas.

Para colmo, también la economía nos asfixiaba. El propio fundador y líder de Siniestro Total, Julián Hernández, recordó en una entrevista un incidente muy ilustrativo ocurrido durante la segunda función que ofreció la banda ese 1997 (al lado de Psicosis en el bar Los Duros, también en Barranco). “Fue algo salvaje. Recuerdo que la entrada costaba un dólar y en la puerta había gente que no la podía pagar. ¡Hostia!, saqué el fajo de dólares que llevaba y repartí lo que tenía. Lo pasamos en grande”.

En esa misma entrevista, Hernández dejó estampada una frase memorable que no tiene nada que ver con los peruanos sino con su propio destino artístico. “La primera vez que toqué una guitarra eléctrica fue el día que murió Franco”.

Hace unos días acudí a El Matadero –centro recreativo del Ayuntamiento de Madrid– para escuchar una charla sobre fútbol que Santiago Roncagliolo sostuvo con Almudena Grandes y Manuel Longares, los tres escritores, los tres hinchas del club más carismático de estos días, el Atlético de Madrid, sentimiento que comparte Julián Hernández, quien cerró la jornada tocando junto a los actuales miembros de Siniestro Total, todos ya gordos, canosos o pelados.

Tras reconocernos como los fanáticos más ‘jóvenes’ del recinto, Santiago y yo trajimos a colación el mítico concierto en el Sargento Pimienta de casi 20 años atrás, y celebramos bailando la potencia intacta de las viejas canciones de Siniestro (salvo quizá Cuánta puta y yo qué viejo, cuyo estribillo, ayer tan divertido, se nos hizo tristemente actual y autobiográfico).

Fue una tarde brutal, como pasear sin cansarte, una y otra vez, por los niveles de un museo antiguo muy bien conservado. Y fue también regresar por un rato a los difíciles 90 y al Perú de aquel entonces: ese país desconcertante pero peleador que no sabía que algún día levantaría la cabeza solamente para volver a hundirla.

Esta columna fue publicada el 14 de mayo del 2016 en la revista Somos.