¿Todo tiempo pasado fue mejor?, por Alfredo Bullard
¿Todo tiempo pasado fue mejor?, por Alfredo Bullard
Alfredo Bullard

El ser humano moderno apareció hace solo unos cien mil años. Durante 99.800 años permanecimos en un nivel de subsistencia con un crecimiento económico casi inexistente. Las personas tuvieron un ingreso per cápita equivalente –eliminado el efecto inflacionario– a entre cuatrocientos y seiscientos dólares al año.

Hace solo doscientos años algo extraordinario pasó. Según una investigación de Maddison, de 1820 a 1998 el ingreso per cápita pasó de 667 a 5.709 dólares (en dólares de 1990). En esos 178 años casi se multiplicó por diez. El crecimiento es notoriamente mayor en lo que se denomina Occidente (Estados Unidos, Europa occidental, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Japón), en donde se pasó de 443 dólares en el año 0 a 21.470 en 1998.

El año 1820 coincide con la aparición de las herramientas básicas de lo que llamamos capitalismo: la empresa moderna y las formas legales que permitieron su desarrollo, es decir, la creación de sociedades mercantiles que permitieron separar el capital de la gestión, la aparición de la propiedad privada como hoy la conocemos y los mecanismos más efectivos de hacer cumplir los contratos.

Según Landsburg, si alguien gana hoy cincuenta mil dólares al año, en veinticinco años (solo una generación), con crecimiento como los indicados, el ingreso per cápita real de sus hijos se habrá casi duplicado y, en una generación más, se habrá más que triplicado el de sus nietos. Si ganamos 50 mil hoy, nuestros nietos ganarían cerca de 150 mil dólares al año (del mismo poder adquisitivo). Aunque no lo crea, en cuatrocientos años nuestros descendientes estarán ganando el equivalente a un millón de dólares diarios.

Pero no es solo un tema de ingresos. Las críticas más comunes de quienes creen que todo tiempo pasado fue mejor serán que mayor crecimiento no quiere decir mejora real de bienestar. Pero la evidencia empírica también apunta en el sentido opuesto.

En los últimos 150 años de progreso impulsado por la tecnología, el consumo de alimentos per cápita se duplicó, el de productos manufacturados se multiplicó por 100 y el de servicios por seis.

La expectativa de vida pasó de 25 años a inicios del siglo XVIII a 72 años para los hombres y 74 para las mujeres en la década de 1970. Hoy apunta a superar los 80 años.

La mortalidad infantil ha caído de 250 a cerca de 20 por 1.000 nacimientos. La edad media de un hijo a la muerte de uno de sus progenitores ha pasado de los 14 años a los 44. Este salto se explica por mejoras en la ciencia médica, disponibilidad y costo de los alimentos, mejoras sanitarias (agua potable y desagüe), educación, etc.

Y el impacto no solo se ve en el bienestar, sino en la vigencia de derechos individuales e incluso en la de los llamados derechos sociales. Por ejemplo, el aumento de la productividad gracias a la tecnología ha convertido en viables muchos derechos laborales.

Hoy la gente trabaja menos y a pesar de eso el mundo produce más y vivimos mejor. Sin un aumento de la productividad, los derechos laborales nos hubieran conducido a una reducción seria del bienestar. O, en otras palabras, la sociedad no hubiera podido solventar los costos que implica la concesión de derechos laborales actuales.

Como comenta Landsburg, a comienzos del siglo XX las tareas domésticas incluían acarrear siete toneladas de carbón y 34.000 litros de agua cada año. Hoy buena parte de la humanidad ha sido liberada de esas actividades y con ello las personas (en particular las mujeres que se dedicaban a cuidar la casa) han podido dedicar tiempo a estudiar y salir a trabajar, en labores que, a diferencia de las de ama de casa, son remuneradas. Ello ha contribuido a incrementar el ingreso de la familia y a poner en perspectiva práctica los derechos vinculados a la igualdad entre géneros.

Hace cien años el ama de casa promedio se pasaba doce horas diarias lavando ropa, cocinando, limpiando y planchando. Hoy ello le tomaría solo tres horas a quien se encargara del cuidado de la casa. La posibilidad de ocuparse de la casa y trabajar fuera de ella al mismo tiempo era impensable hace un siglo. Hoy es algo cada vez más común. Y es que en realidad todo parece indicar que todo tiempo futuro será mejor.