Javier Díaz-Albertini

¿Por qué la organización que lucha contra la violencia racial en EE.UU. se llama ‘Black Lives Matter’? ¿Por qué no ‘’? La población negra estadounidense durante el siglo XX ha pasado por diversas maneras de identificarse a sí misma, de ‘colored’ a ‘’, y en la segunda mitad de los años 60 comenzó a verse como ‘black’. En esa época, activistas jóvenes criticaban el término ‘negro’ –de origen español– adoptado al inglés por influencia de los primeros traficantes ibéricos que llamaban así a los esclavos. Para 1974, la mayoría prefería el término ‘black’.

En los años 80, se introdujo otro cambio importante con el apelativo ‘african-american’, que comenzó a ser el favorito de algunos activistas. El argumento era la necesidad de alejarse de lo biológico (color de piel) y pasar a un término étnico que reconociera los ancestros al mismo tiempo que enfatizaba la pertenencia estadounidense. Lo políticamente correcto era dejar de lado los fenotipos e insistir en la cultura como una forma de combatir al racismo.

A pesar de estos argumentos, según una encuesta reciente de Gallup (2021), son más los que prefieren ‘black’ (52%) sobre ‘african-american’ (44%). ¿Por qué? Hay múltiples explicaciones, pero una de las principales es que, para muchos, el bagaje africano no tiene mayor significado en sus vidas. Lo ven como algo alejado y forzado. Mientras que sí se sienten conectados con la negritud como fenómeno político y cultural.

Justo hace pocos días conversamos sobre las sociales en un interesante intercambio con César Azabache en su programa para “La Mula” (3/11/2022). Comentamos sobre cómo cada vez se vuelven más personales. Cómo compartimentan la experiencia social a tal punto de que resulta difícil construir colectivos capaces de incidir en la vida política y fortalecer a la ciudadanía. Parece que cada experiencia tribal vive en torno de su agenda prioritaria que compite y excluye a las demás.

Son muchos los analistas, por ejemplo, que consideran que el fracaso en la aprobación del nuevo proyecto constitucional chileno tuvo que ver con una política identitaria extremada. La Convención Constitucional quizás fue la asamblea más representativa en su historia republicana, pero con serias dificultades en consensuar un “nosotras” como proyecto nacional con el que se identificaría la mayoría de la ciudadanía.

Y es que las identidades posmodernas son esquivas. Antes lo colectivo se construía priorizando e imponiendo una en desmedro de las demás. Era el nosotros, muchas veces masculino, patriarcal, sea del clasismo marxista o el nacionalismo de toda índole, que intentaba borrar, hacer invisible o silenciar las diversidades. Ahora, en cambio, el colectivo unificador debe construirse respondiendo a diversidades y sensibilidades muchas veces impacientes después de años de postergación.

La experiencia negra estadounidense –con todas sus grandes limitaciones– nos muestra que en el proceso identitario resulta esencial la intersección –como diría el maestro C. Wright Mills- de la biografía con la historia y la estructura. Ser negro en una sociedad racista es una vivencia personal cotidiana que sufren todos por su color de piel, no importando el nivel socioeconómico. Pero serlo también es orgullo porque el impacto cultural, político y económico nacional e internacional de sus miembros es increíble. En una encuesta del 2022, el 76% declaró que ser ‘black’ era central en cómo pensaban de sí mismos y configuraban sus identidades (Pew, 2022). Al mismo tiempo, comparten una historia de sufrimiento, pero también de enormes logros políticos, con héroes victoriosos que consiguieron significativos avances en sus derechos. Finalmente, la mayoría apuesta por luchar al interior del sistema –que sigue teniendo graves manifestaciones racistas– con la finalidad de reformarlo. Salvo grupos marginales, no tienen intención de patear el tablero.

No quiero dorar la píldora. Ser negro en Estados Unidos significa en promedio ser más pobre, con menor nivel de educación, poco acceso a servicios públicos de calidad y más probabilidades de ser víctimas de la violencia. Lo que quiero resaltar es que, más allá de estas dificultades, han logrado construir una identidad social capaz de movilizar y enfrentar injusticias. Es una lección importante para un país como el nuestro, en donde muchos se regodean con las diferencias para solo sacar provecho de ellas.

Javier Díaz-Albertini es sociólogo y profesor de la Universidad de Lima