Andrés Oppenheimer

Al leer las noticias sobre la drástica caída de la tasa de en , una ciudad de refugiados, uno no puede dejar de preguntarse sobre la cordura de un proyecto de ley de congresistas republicanos que permitiría detener a los solicitantes de asilo, o de la obsesión generalizada de su partido con el tema migratorio. El proyecto de ley patrocinado por el representante Chip Roy, un republicano de Texas, permitiría que Estados Unidos expulse o detenga automáticamente a los solicitantes de asilo mientras se estudian sus solicitudes de entrada.

El proyecto tiene docenas de copatrocinadores republicanos, muchos de los que hacen eco de las dudosas afirmaciones del expresidente Donald Trump de que los inmigrantes indocumentados están aumentando las tasas de criminalidad en Estados Unidos. Sin embargo, las últimas cifras de homicidios de Miami muestran que esta ciudad, donde casi el 55% de la población nació en el extranjero y hay muchos inmigrantes indocumentados, está viendo un continuo descenso en sus tasas de homicidios.

En los últimos dos años, solo hubo 97 homicidios en Miami. Fue la tasa de homicidios más baja de la ciudad en casi seis décadas, a pesar de que su población ha crecido mucho en ese período. Algunos argumentan que Miami es una excepción, porque la ciudad se ha beneficiado de la llegada de muchos exiliados con altos niveles de educación y muchas veces ricos de Venezuela, Nicaragua y Cuba y, más recientemente, de Colombia, Brasil y Argentina. Contrario a la propaganda antiinmigrante de los medios de derecha que seleccionan actos aislados de violencia protagonizados por inmigrantes indocumentados, las tasas de homicidios han ido cayendo en los Estados Unidos.

El profesor de la Universidad de Miami, Alejandro Portes, y el profesor de la Universidad de Pittsburgh, Ariel C. Armony, presentaron su libro “Ciudades globales emergentes”, donde ubican a Miami junto con Singapur y Dubái como las historias de éxito urbano más recientes del mundo. “A pesar de sus orígenes e historias muy diferentes, Dubái, Miami y Singapur son notablemente similares”, dicen. Las tres ciudades cuentan con enormes puertos, aeropuertos y bancos que sirven como centros para el comercio y el turismo internacional, una próspera industria de bienes raíces y festivales de arte de talla mundial como el Art Basel de Miami. Además, estas ciudades están aspirando a ser nuevos centros de innovación tecnológica. Y comparten el hecho de que se han beneficiado de la fuga de capitales de países inestables o totalitarios en sus vecindarios. Miami debería hacerles una gran estatua a Fidel Castro, Hugo Chávez, Nicolás Maduro y otros dictadores latinoamericanos que ahuyentaron a la clase empresarial de sus países.

La y la diversidad étnica también fueron factores importantes en el desarrollo de las tres ciudades. El libro de Portes y Armony tiene una fascinante tabla estadística que muestra la composición étnica de Miami desde que pasó de ser un somnoliento pueblo sureño a la ciudad repleta de rascacielos que es hoy. En 1970, la población del condado de Miami-Dade era 27% hispana, 15% negra y 66% blanca. Hoy es 69% hispana, 20% negra y 12% blanca, dice el libro. Las tres ciudades prosperaron tanto gracias a los inmigrantes ricos como a los trabajadores poco calificados de la construcción y el turismo.

Lo que Estados Unidos necesita no es más represión, sino una reforma migratoria integral para regular quién puede ingresar al país y cómo, agrega. La historia de Miami no significa necesariamente que a las ciudades con mayoría de inmigrantes les va mejor que a otras, pero muestra que no es cierto que los inmigrantes, tanto legales como indocumentados, tienen un impacto económico negativo o que aumenten las tasas de homicidio.

Miami es un ejemplo vivo de que la inmigración muchas veces ayuda a transformar las ciudades para bien.


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Andrés Oppenheimer es periodista